En este cuadro impresionista, luminoso y de colores intensos, Rendir reflejó una vez más con maestría precisa una serena y tranquila escena cotidiana parisina. A orillas del Sena aparece el perfecto dibujo de las figuras de sus amigos, retratados a los postres de una comida. Conversan distendidos. El grupo, despreocupado y divertido, ejemplifica la alegría de vivir. En el centro se aprecia un armonioso bodegón de vasos, botellas, platos y frutas, género en el que Rendir era un verdadero maestro. Todo en el cuadro es vitalista, natural –como la luz que resalta sobre los ocres y los blancos de la tela- y positivo. Thomas de Kempis, en la Imitación de Cristo, dejó escrito: «¿Qué son las palabras sino sólo palabras? Vuelan por el aire pero no mueven una piedra. Sé una piedra». A los seres humanos nos resulta fácil hacer oídos sordos a la opinión de quienes rodean. Estamos condicionados por el qué dirán y muchas veces el juicio ajeno condiciona muchos de nuestros buenos actos. El hombre tiene miedo a la palabra del hombre. En nuestro mundo de relaciones, la buena armonía con los que nos rodean se convierte en algo prioritario y necesario. Pero el problema surge cuando el temor hacia los hombres es mayor que el temor a Dios. En ese momento, los seres humanos se convierten en esclavos de las opiniones y los actos ajenos. Todo lo que nos rodea nos afecta. ¿Qué es, entonces, relevante para un cristiano? Dar más valor a la voluntad de Dios que a la conducta de quienes nos rodean. Ser testimonios de vida cristiana, coherente y ejemplar, sabiendo que con nuestra forma de proceder seremos ejemplo para nuestro entorno. Quien no teme a Dios, tema hasta a su propia sombra.
ORACIÓN:
¡Oh, Espíritu Santo!, llena mi alma con la abundancia de tus dones y tus frutos. Lléname de tu amor divino; que sea el móvil de toda mi vida espiritual; que, lleno de tu unción, sepa enseñar y hacer entender a los demás, al menos con mi ejemplo, la belleza de tu doctrina, la bondad de tus preceptos y la dulzura de tu amor.
ORACIÓN:
¡Oh, Espíritu Santo!, llena mi alma con la abundancia de tus dones y tus frutos. Lléname de tu amor divino; que sea el móvil de toda mi vida espiritual; que, lleno de tu unción, sepa enseñar y hacer entender a los demás, al menos con mi ejemplo, la belleza de tu doctrina, la bondad de tus preceptos y la dulzura de tu amor.