miércoles, 31 de diciembre de 2008

El Valor de lo Cotidiano

Miguel de Unamuno, el filósofo y escritor bilbaíno, decía que cuando "la vida es honda, es poema de ritmo continuo y ondulante. No encadenes tu fondo eterno, que en el tiempo se desenvuelve, a fugitivos reflejos de él. Vive al día en las olas del tiempo, pero asentando sobre tu roca viva, dentro del mar de la eternidad; el día en la eternidad, es la eternidad, es como debes vivir". Estas hermosas palabras de quien está considerado como uno de los grandes pensadores españoles de la época moderna nos recuerda la importancia de mirar a lo ordinario, a lo cotidiano, a los pequeños detalles, a los tesoros y las riquezas que cada día nos ofrece la vida.

Hemos de aprender a vivir, hemos de aprender a mirar, hemos de aprender a buscar en la mirada y el consejo de un anciano, en un detalle con un compañero de trabajo, en un gesto de amor entre los esposos y con los hijos, en el trabajo bien hecho de nuestro quehacer cotidiano, de asombrarse no sólo de aquello que es nuevo para nosotros sino de encontrar grandeza en lo que es común, de aprovechar el tiempo en el servicio a los demás...


Elimina de tu vida el aburrimiento. Aprende a vivir abriendo tu espíritu. Hazlo con generosidad sabiendo encontrar en cada gesto y cada actitud, por muy insignificante que sea, la belleza y la novedad. Como en este cuadro de Veermer, donde la aparentemente inmóvil silueta de la criada en la cocina, iluminada por la luz que proviene de la ventana, genera una intensa fuerza interior por la activa humanidad de la mujer en contraste con la quietud del ambiente. Esta obra, una de las más apreciadas del pintor holandés, tiene un mensaje sencillo: destacar la simplicidad de lo doméstico. Del valor de lo cotidiano si se hace con amor, entrega y cariño.



ORACIÓN:
El trabajo, Señor, de cada día nos sea por tu amor santificado. Convierte su dolor en alegría de amor que para dar Tú nos has dado.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Navidad de los Pobres



En esta navidad piensa en ellos

El Amor de una Madre

Una de las imágenes más significativas de la iconografía cristiana es la conocida como La Virgen de los Dolores en su advocación de la Piedad. La representación no coincide con ningún pasaje del Evangelio. Los textos sagrados nos cuentan como Jesús, desde la Cruz, entrega a su madre al cuidado de san Juan. La escena que ahora contemplamos, que se enmarcaría entre el descendimiento y el santo entierro, fue representada por primera vez por los pintores alemanes del siglo XIV, y muestra a un Cristo muerto descansando entre los brazos de su madre.
María, madre de Dios y madre nuestra, recoge a su hijo en sus brazos. Su dedicación y entrega fue total. Tocada por la gracia antes de nacer, manifestó su entrega total en el anuncio de Gabriel. Durante toda la vida pública de Jesús permaneció a su lado, desde la boda en Caná a la muerte en la Cruz. María estuvo siempre junto a su hijo. Como madre sabe que los vástagos tienen su propia vida, pero en ningún momento quiere abandonar su vocación de madre, y digo vocación porque no es obligación sino una entrega, total y verdadera.
Cristo ha muerto, pero María lo recoge en sus brazos como si aún fuera el niño pequeño que mecía en el pesebre.

Sus brazos cubierto de blanco se muestran impolutos, no están manchados por la sangre de la muerte sino por la pureza del amor. María es madre, Cristo ha muerto pero ella sigue entregándole su vida; así es el amor de una madre. La entrega total.

ORACIÓN:

Danos, María, poseer tu amor encendido, tu entrega diligente y humilde, tu generosa actitud de servicio a los demás.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Navidad Preparando el Árbol de Navidad



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miércoles, 24 de diciembre de 2008

Servidores del Prójimo

En el relato de la Visitación, san Lucas nos dice que María se fue con prontitud a la ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a su prima Isabel, esposa anciana y estéril. Cuanto Isabel oyó el saludo de María, el niño que tenía en su seno saltó de gozo y ella quedó llena de Espíritu Santo; Isabel exclamó: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿a qué se debe que la madre de mi Señor venga a mí?

María lleva la alegría a la casa de Isabel. Y ella, con su exclamación llena de admiración, nos invita a valorar todo aquello que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente. La humildad de la Virgen -que el pinto muestra en la mirada serena y sensible de una joven- se manifiesta en nuestros corazones cargados de soberbia para comprender que nuestra actitud debe ser de servicio, de amor, de generosidad. de paciencia...


En este cuadro, pintado para la capilla privada de los Tornabuoni, María se nos muestra como servidora alegre del prójimo, como ejemplo de que el trabajo de cada uno de nosotros hacia quienes nos rodean debe estar presidido por la entrega sin condiciones, el espíritu de la fe y la voluntad de servicio.


Como María, aunque nos cueste o no nos apetezca, aunque estemos cansado o apagados, aunque quienes nos rodean no nos caigan bien o sean diferentes a nosotros, que tengamos el propósito de no detenernos en lo fácil y de convertir nuestras vidas en un servicio sin concesiones a los demás. Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor.






ORACIÓN


Danos María, poseer tu amor encendido, tu entrega diligente y humilde, tu generosa actitud de servicio a los demás.



domingo, 21 de diciembre de 2008

lunes, 15 de diciembre de 2008

3er. domingo de Adviento





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Decálogo para vivir el adviento ilustrado con óleos de Sor Isabel Guerra y música gregoriana de Silos

domingo, 14 de diciembre de 2008

San Juan de la Cruz




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I
Un pastorcico solo está penado
ageno de plazer y de contento
y en su pastora puesto el pensamiento
y el pecho del amor muy lastimado.

II
No llora por averle amor llagado
que no le pena verse así affligido
aunque en el coraçón está herido
mas llora por pensar que está olbidado.

III
Que sólo de pensar que está olbidado
de su vella pastora con gran pena
se dexa maltratar en tierra agena
el pecho del amor mui lastimado!

IV
Y dize el pastorcito: ¡Ay desdichado
de aquel que de mi amor a hecho ausencia
y no quiere gozar la mi presencia
y el pecho por su amor muy lastimado!

V
Y a cavo de un gran rato se a encumbrado
sobre un árbol do abrió sus braços vellos
y muerto se a quedado asido dellos
el pecho del amor muy lastimado.

San Juan de la Cruz

sábado, 13 de diciembre de 2008

Navidad es Jesús



Un vídeo Especial, "Dios ha venido hasta aquí y se ha parado muy cerca de la nada... muy cerca de nuestros ojos" Juan Pablo II

viernes, 12 de diciembre de 2008

El Calendario Judío


El calendario judío es lunisolar; los meses empiezan con la luna nueva y duran veintinueve o treinta días, mientras que el calendario solar tiene doce meses. El desfase entre el año solar y el lunar se corrige añadiendo un mes a determinados años embolismales. Este ajuste permite que las fiestas se celebren en la estación correspondiente. Los años comunes y los embolismales forman un ciclo de diecinueve años. Siete de cada ciclo (el 3, 6, 8, 11, 14, 17, 19) son embolismales. De esta manera y mediante cálculos complejos se puede evitar que la fiesta de Yom Kipur caiga en viernes o domingo con el fin de que no haya dos «sábados» (doble celebración) seguidos y Pésaj no lo haga en lunes, miércoles o viernes.


Un conjunto de siete días forma una semana que acaba en el sábado, sabat . El resto de los días no tiene nombre propio, llamándolos por su ordinal: día primero (domingo), día segundo (lunes), día tercero. En cuanto al cómputo de los años, el judaísmo toma como punto de partida el de la creación del mundo, que según la tradición rabínica tuvo lugar en el 3760 a .C. (así el año 2002 d.C. corresponde al 5762 de la creación).


El año comienza en el mes de Tisrí que se corresponde, según el tipo de año, con los meses de septiembre o de octubre. La enumeración de los meses, siguiendo el calendario babilónico, comienza en primavera. Los meses del año son: Nisán, marzo/abril; Iyar, abril/mayo; Siván, mayo/junio; Tamuz, junio/julio; Ab, julio/agosto; Elul, agosto/septiembre; Tishri, septiembre/octubre; Marjesván, octubre/noviembre; Kislev, noviembre/diciembre; Tébet, diciembre/enero; Sébet, enero/febrero; Adar, febrero/marzo.



El ciclo festivo anual

Dentro del ciclo festivo anual puede distinguirse entre:


1. Las fiestas solemnes en los llamados «días temerosos» (yamim noraim), que comprenden desde año nuevo (Ros ha-saná) al día de la Expiación (Yom Kipur) o del Gran Perdón.
2. Las fiestas mayores o «días buenos» (yamim tobim), que son aquellas que en tiempos del Templo había obligación de peregrinar a Jerusalén. Son: la Pascua (Pésaj), las Semanas (Sabuot) o Pentecostés y las Cabañuelas (Sukot).
3. Fiestas menores que recuerdan algún hecho histórico del pueblo judío: la Consagración (Hanuká), las Suertes (Purim) y el 15 de sabat (Tu-bisbat).
4. Se conmemoran aquellas fiestas en las que hay obligación de ayunar: el 9 de Ab (Tisa be-ab), día de la Destrucción del Templo.



Fiesta de la Expiación (Yom Kipur) o del Gran Perdón

Es la festividad más solemne del calendario judío, al final de los diez Días Austeros o Temibles (Yamim Noraim). Se celebra entre septiembre y octubre.
Entre Año Nuevo (Ros-ha-saná) y Yom Kipur pasan diez días (Aséret Yemé Tesubá) de arrepentimiento y penitencia en los que era costumbre visitar las tumbas de los antepasados. El Yom Kipur comienza la víspera por la tarde, en la que hay obligación de reconciliarse y solicitar el perdón de aquellos a los que se haya ofendido.
Es un día de riguroso ayuno en el que no está permitido comer, beber, bañarse, perfumarse, llevar calzado de cuero, tener relaciones sexuales, ni por supuesto hacer ninguno de los trabajos prohibidos en sábado. A los niños se les va acostumbrando poco a poco al ayuno, hasta que a la edad de trece años deben seguirlo como sus padres.
Es una fecha solemne pero no triste y toda la liturgia está orientada a lograr el perdón de los pecados cometidos durante el año. Hay curiosas costumbres anejas a esta fiesta, como es la de Expiación (kapará), consistente en sacrificar en las vísperas un gallo por cada varón y una gallina por cada hembra como rescate simbólico de los pecados; antes de degollar el ave, el sacrificador (sojet) la sostiene describiendo un círculo sobre la cabeza de la persona de cuyos pecados se hace el rescate.
La celebración se inicia en la sinagoga con la plegaria «Kol nidré» («Todos los votos»), cuya composición se atribuye a los judíos españoles de tiempos del rey visigodo Recaredo. Por esta plegaria se anulan todos los votos. En otra de ellas se describe un tribunal divino en el que se sopesan las acciones de cada persona. Entre los sefardíes se recitan composiciones de Selomó ibn Gabirol de Yehudá Haleví y de otros poetas hispanojudíos.
Los varones deben vestir de blanco en recuerdo del pasaje de Isaías 1, 18: «Aun si vuestros pecados fuesen rojos como la púrpura se emblanquecerán como la nieve». También son blancos los adornos textiles de la sinagoga en la que se encienden todas las luces. Los judíos, incluso los no ortodoxos, pasan el día entero o su mayor parte en la sinagoga y no calzan zapatos de cuero sino otro calzado penitencial.
Antes de acabar el servicio, se hace sonar el cuerno de morueco (sofar) para anunciar el final del ayuno e indicar que Dios ha escuchado las oraciones y ha concedido el perdón de los pecados.



Fiesta de las Cabañuelas o de Sukot

La fiesta de las Cabañuelas (Sukot) se celebra durante ocho días, del 15 al 22 de Tisrí (entre septiembre y octubre). En ella se conmemora el tiempo en que el pueblo de Israel, tras su salida de Egipto, anduvo errante por el desierto habitando en sencillas tiendas; esta celebración se fundió con otra de carácter agrícola, la fiesta de la vendimia y de la cosecha. En recuerdo de ambos hechos, cada familia debe construir una cabañuela (suká) en un lugar a cielo abierto, en la que es costumbre que se hagan las comidas durante la fiesta en especial la cena de la primera noche.
La suká debe ser una pequeña construcción temporal que tenga al menos tres paredes y cuyo techo debe estar cubierto con ramas y hojas que protejan de la luz del sol pero que permitan ver las estrellas y para recordar al hombre su confianza en el Señor del que viene toda ayuda. Hay que amueblarla como la propia casa y adornarla con productos relacionados con el campo: flores, frutos (uvas, granadas, higos, etc.), guirnaldas, etc. Además de tapices, cuadros, cadenetas, farolillos y cuantos elementos se consideren necesarios. Algunas sukot son verdaderas obras de arte.
En la sinagoga se utilizan una serie de productos agrícolas de carácter simbólico. En la mano izquierda se coge un cítrico (etrog) y en la derecha un ramo formado por una rama de palmera o palma (lulab), tres ramitas de mirto (hadás) y dos ramas de sauce (arabá). El ramo se agita tres veces en dirección a oriente, sur, occidente y norte y luego hacia arriba y hacia abajo. Los cítricos (etroguim) se conservan en artísticos estuches de plata u otro material noble y se caracterizan por su hermosa ornamentación.
Según la tradición siete huéspedes notables (uspizim) visitan la suká durante la fiesta: Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Aarón y David, cuyos nombres se recogen en un grabado o placa que adorna las paredes de la suká ; el huésped de cada día es invitado en una oración antes de la comida. Es costumbre leer en la fiesta el Eclesiastés (Kohélet) que contrasta con el ambiente festivo que se respira.
Una ceremonia importante de esta fiesta es la de la petición de las lluvias para el invierno que entra.
Al final de Sukot se celebra la fiesta de la «Alegría de la Ley» (Simjat Torá)en la que se exalta la ley revelada por Dios a su pueblo. Se celebra con grandes manifestaciones de alegría paseando en procesión siete veces los rollos de la Ley entorno al estrado de lectura (tebá), cantando y bailando. Los personajes centrales de esta fiesta son el novio de la Ley (jatán Torá) y el novio del Génesis (jatán beresit), a quienes corresponde leer la última y la primera parte del texto sagrado en un ritual que recuerda el de una ceremonia nupcial.



Fiesta de las luces o Hanuká

Esta fiesta tiene lugar a finales del mes de Kislev (diciembre) y dura ocho días. Se conmemora la purificación del Templo de Jerusalén en el año 165 a .C., después de la derrota, por los hermanos Macabeos, del griego Antíoco Epifanes, quien había prohibido el culto a Dios en el Templo, implantando en él el culto a Zeus, e intentando que los judíos asimilasen las costumbres y la cultura helenísticas.

El uso de la luz en esta fiesta es en recuerdo de una piadosa leyenda recogida en las tradiciones judías, que tuvo lugar cuando al proceder a la purificación del Templo, al volver a encender la lámpara del Sancta Sanctorum, se advirtió que no quedaba aceite consagrado más que para un día y a pesar de ello la luz permaneció encendida durante ocho días hasta que la rebelión triunfó. En conmemoración del suceso, la fiesta dura ocho días, encendiéndose cada noche una luz adicional en una lámpara (hanukiyá) que contiene ocho receptáculos para mecha y aceite más uno auxiliar, hasta que en la octava noche aparecen todas iluminadas.
Los niños son protagonistas principales: se les obsequia con monedas u otros regalos y juegan con una perinola (sevivón) de cuatro costados, en las que figuraban las letras hebreas iniciales de la frase que significa: «un gran milagro ocurrió allí».


Es una fiesta alegre en la que se acostumbra a hacer visitas y a intercambiar regalos, especialmente dulces, los llamados buñuelos de Hanuká, y otros pasteles de queso en recuerdo de Judit, cuya historia se cuenta a los niños. También en esta fiesta se ayuda a los más necesitados de la comunidad. La lámpara ha de colocarse en un lugar visible, cerca de una ventana si se vive en un piso o en la puerta de entrada, para indicar con su luz a los viandantes que se encuentran ante un hogar judío.

Fiesta de las Suertes o Purim

La fiesta de las Suertes (Purim) se celebra el 14 de Adar (febrero-marzo) y se conmemora la salvación milagrosa de los judíos de Persia gracias a la intercesión de la reina Ester y de su tío Mardoqueo. El cortesano Hamán, que contaba con el favor del rey persa (Jerjes o Artajerjes), acusa a los judíos de no cumplir las leyes del reino porque sus leyes son diferentes a las de los demás pueblos, y echa a suertes el día en el que habían de perecer.
Enterado Mardoqueo, avisa a la reina, quien se presenta ante el rey y consigue la salvación de su pueblo, siendo ahorcados Hamán y sus diez hijos. La historia la cuenta con detalle el rollo bíblico (meguilá), que se lee en hebreo en la sinagoga en los servicios matutino y vespertino, mientras los asistentes siguen la lectura en pequeños rollos (meguilot) de su propiedad y la chiquillería alborota con silbidos y sonidos de carracas cada vez que se lee el nombre del malvado Hamán.
La decoración de los rollos puede ser muy rica y variada, ya que admite motivos profanos, lo que ha estimulado la imaginación de artífices e iluminadores. Temas como la historia de Ester y la visión diferente de la misma según los países y las épocas, escenas galantes, flores, frutos, etc., constituyen algunos de los motivos utilizados para decorar estas meguilot ; también se incluyen motivos burlescos que tienen como protagonista la figura de Hamán.
En esta fiesta está permitido beber hasta llegar a confundir los nombres de Mardoqueo y de Hamán y se comen dulces y golosinas; se dan limosnas a los pobres y aguinaldos en metálico, platos dulces y regalos de ropa y joyas a parientes y amigos, en especial a los niños. Son corrientes las representaciones teatrales, los juegos de azar y los disfraces durante los cuales se elige a la joven más bella como "reina Ester", en los que está el origen del teatro moderno. Es en definitiva el "carnaval" judío: los niños se disfrazan y también los mayores, y la fiesta se celebra con todo jolgorio, en el que participan los rabinos y estudiantes de academias rabínicas.
En la alegre cena de Purim existe un postre que son unos pasteles llamados "la orejas de Hamán", especie de empanadas rellenas de miel de forma triangular.
"Estos días de Purim no caerán en desuso entre los judíos, ni la memoria de ellos acabará entre su descendencia" (Ester 9, 29).

Fiesta de Pascua o Pésaj

La fiesta de Pascua (una de las tres de peregrinación al templo de Jerusalén en tiempos bíblicos), se celebra durante ocho días del 15 al 23 de nisán , en el mes de abril. Su origen se pierde en el tiempo, ya que era una fiesta de pastores a la que se unió otra de carácter agrícola, la de los ácimos, en la que está prohibido el consumo y posesión de pan y de cualquier producto con levadura. Luego pasó a ser la fiesta de la libertad, en conmemoración de la liberación de los judíos de la esclavitud egipcia, según se narra en el libro bíblico del Éxodo. La salida de Egipto se rememora todos los años en el "orden" (séder) de las dos primeras noches de Pascua, durante el cual se cena en familia y se lee la Agadá , relato en hebreo del Éxodo según textos rabínicos.
En las fechas previas a la Pascua , hay que hacer en las casas y propiedades judías una meticulosa limpieza para eliminar de utensilios y vestidos cualquier resto de alimento que contenga levadura, ya que según cuenta la Biblia los judíos salieron de Egipto tan deprisa que no hubo tiempo para que la masa leudara. Un preciso ritual indica la manera de proceder con esos alimentos y con los recipientes que los han contenido, siendo costumbre tener una vajilla especial para usarla sólo en Pascua.
El séder tiene como objeto primordial revivir y hacer comprender a los niños el hecho milagroso de que fueron protagonistas los antepasados judíos. Por eso el momento culminante es cuando casi al comienzo de la Agadá el más pequeño de la casa (o en su defecto la mujer) hace la pregunta: "¿Por qué esta noche es diferente de todas las otras noches?".
Para la cena se prepara un plato en el que se ponen varios alimentos que deben consumirse en el séder y que simbolizan las penalidades y sufrimientos de los judíos en Egipto así como la intervención milagrosa de Dios a favor de su pueblo; a saber:
- Tres panes ácimos (masot) , puestos uno encima del otro, que son el símbolo de los tres sectores del pueblo judío: sacerdotes, levitas y el resto del pueblo.
- Verduras amargas (maror) , como lechuga, endivia, rábanos picantes, berros, etc., que son el símbolo de la amargura de la esclavitud.
- Una pasta (jaróset) hecha con frutos secos, canela, miel, manzana y vino: recuerda el mortero con que se hicieron las construcciones para el faraón de Egipto.
- Un trozo de brazo (zeroa) de cordero, que representa el brazo tendido de Dios que liberó a los hijos de Israel de la esclavitud.
- Apio (karpás), la primera hierba amarga, que se moja en un recipiente con vinagre o agua salada.
- Un huevo (besá) cocido, comida propia de luto, que simboliza la fugacidad de lo terreno y alude al dolor por la destrucción del templo de Jerusalén.
- Un recipiente con agua salada o vinagre para mojar el karpás, que recuerda las aguas del mar Rojo que hubieron de atravesar los israelitas en su huida.
Durante la celebración cada uno de los comensales debe tener un Agadá, libro que contiene la Agadá o relato del éxodo que contiene elementos narrativos y folclóricos, y se lee durante la cena; es en realidad un manual para el séder que contiene el texto hebreo y frecuentemente se traduce a otras lenguas.
Durante la cena se bendicen y se consumen cuatro copas de vino, cuyo significado explican la Biblia y el Talmud. Una de ellas se refiere a la promesa de redención divina a Israel expresada en cuatro verbos en primera persona (Ex 6, 6-7) ". os sacaré. os libraré. os redimiré. os tomaré". En la Torá se prevé una quinta copa para el profeta Elías, presente en todas las celebraciones judías, y que se consumirá si alguien ajeno a la familia, se uniese a la celebración, símbolo de la hospitalidad que debe reinar en todo hogar judío, en especial en esta celebración.
En el norte de África, especialmente en Marruecos, se celebraba (la séptima noche de Pésaj), la Mimuna, fiesta con distintas interpretaciones como la que indica que se conmemora el fallecimiento del padre de Maimónides, rabí Maimón, aunque la explicación más aceptada es la que supone que la palabra es una deformación de la hebrea emuná (fe). Esta celebración se ha generalizado en el Estado de Israel.
Existen otras fiesta en el calendario judío: Tu-Bisvat (15 del mes Sevat) en la que se conmemora el año nuevo de los árboles, Yon ha-Azmaut y Día de la Independencia , que conmemora la creación del estado de Israel en 1948, Tisá be-Ab (9 de Ab ), fecha en la que se conmemora la destrucción del Templo.

Vida religiosa e intelectual

La religión judía se basa, igual que la cristiana, en el Dios de Abraham. Sin embargo, los judíos esperan aún la llegada del Mesías. El judaísmo se apoya en dos libros fundamentales: La Biblia y el Talmud o compendio de las tradiciones judías.
La vida de los judíos no se distinguía de la de cristianos y musulmanes salvo en sus ritos y costumbres:

El sábado es la fiesta por excelencia. Se suprimen todos los trabajos y se dedica el día a la lectura de la Ley.
Yom Kippur o Fiesta para conseguir el perdón de los pecados cometidos durante el año.
Sukkot o Las Cabañuelas. Conmemora la estancia de los judíos en el desierto al salir de Egipto. Se construye choza con ramas en la que se realizan las principales comidas.
La Pascua. Sus raíces se pierden en el tiempo: era una fiesta de los pastores nómadas unida a otra de carácter agrícola. Posteriormente pasó a conmemorar la liberación de los judíos de la esclavitud egipcia. Se come pan ácimo y verduras amargas.


El Purim. Se conmemora la salvación de los judíos de Persia gracias a la intercesión de la reina Ester. Es una celebración alegre y carnavalesca.
Tisa Beab. Día de ayuno que conmemora la destrucción del templo de Jerusalén.


La comida del Sábado
Ingredientes: Carne gorda, garbanzos, habas, berenjenas, acelgas picadas, cominos, cebollas, patatas, pimienta y sal.
Modo de preparar la adafina: Se pone la carne a cocer en una olla con agua suficiente hasta cubrirla. Cuando rompe el primer hervor se elimina la capa grasa superficial y se añaden los demás ingredientes. Comienza a cocinarse antes de la puesta del sol del viernes y se deja en el horno caliente toda la noche bien tapado para preservar el calor. Se consume al mediodía del Sábado como sopa de primero y la carne y las verduras después. El ama de casa enciende las luces y prepara la mesa con la vajilla nueva.

jueves, 11 de diciembre de 2008

La Cruz de Taizé

La cruz sigue siendo la más grande contradicción: es la imagen de muerte donde el cristiano discierne la fuente de la vida. En ella se concentra todo lo insoportable del dolor y parece que el fracaso vence a toda tentativa de vivir y disfrutar. Sin embargo la cruz es también victoria: con su vida entregada, Jesús restaura la libertad de todos los hombres.



Hasta antes de la cruz, en el momento de la detención de Jesús, sus compañeros, que algunos instantes antes, todavía estaban dispuestos a combatir para defenderlo, “lo abandonan y huyen ” (Mc 14, 50)


Su negativa de resistir, su silencio delante de la mentira, su aceptación, son demasiado insensatas para ellos. Jesús queda sólo para ser interrogado y luego condenado.



¿Cómo no desviar la mirada, cómo no sentir miedo ante esta violencia que se impone con tal evidencia y parece disuadir la menor esperanza?


La cruz es la soledad más grande, porque es el suplicio reservado para los esclavos y para los grandes criminales, aquellos que no son considerados como seres humanos. ¿No revela también la ambigüedad terrible de un Dios que podría permitir su muerte para hacer respetar su orden?


La tarde de la muerte de Jesús muchos de sus amigos se sentían fracasados. Ciertos discípulos vuelven a su casa. Si la historia se hubiera parado allí, el olvido habría enterrado, lo más de prisa posible, el fracaso y las esperanzas. Nadie habría vuelto a contar la vergüenza y lo absurdo. La cruz de Jesús sería sólo una peripecia de la historia arriesgada de la humanidad.


Pero la luz ocultó a la noche. El torno de la violencia se estrelló y liberó la historia. El encuentro con el Resucitado permitió levantar la mirada hacia la cruz.


El icono que se presenta, está sobre fondo de oro. Es en la luz y la paz de la mañana de Pascua donde los creyentes pueden reconocer a su Salvador. Es por eso que es el signo de la vida y no de la muerte, el signo de la resurrección de Cristo y no del fracaso.


Sin embargo, la cruz sigue siendo “escándalo y locura” y podríamos sólo poner las velas a su mensaje por un triunfalismo que ocultaría el despojo de la travesía consumada libremente.


La cara de Jesús está cansada y triste, pero no está desfigurado por el sufrimiento o el miedo. Permanece bello y refleja paz. Evoca más bien la cara de alguien que se durmió. Esta cara dice cómo Jésus vivió su muerte: no era el fin de todo, sino “el paso de este mundo a su Padre “ (Jn 13, 1)


La cruz -resurrección y muerte de Jesús- es el núcleo central, la fuente que ilumina todos los demás elementos de la fe. Si se entiende bien este acontecimiento, todo cobrará ya sentido.



Sobre el icono tres personajes miran hacia el Resucitado y reflejan la gloria.
Arriba hay un ángel. Jesús ” recibió el Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en los infiernos, y que toda lengua proclama que Jesúcristo es Señor, para gloria de Dios Padre ” (Fil 2, 9-11) Hasta los ángeles, que ya se sientan delante de Dios en una alabanza permanente, están sorprendidos; no conocen un misterio más grande que éste de la Pascua.

A la derecha de Jesús, su madre. Maria acogió, la primera, la plenitud del amor de Dios en sus hijos. Ella transmite este amor a los hombres. Desde los orígenes, es la figura de la Iglesia en su maternidad. La Iglesia irradia de la luz de la resurrección cuando vive amor fraternal, de perdón, cuando se vuelve hacia el pobre y lo acoge.
Marie -la Iglesia - recoge la sangre y el agua que brota del costado de Jesús (Jn 19, 34), la sangre de la Eucaristía y el agua del bautismo. Estos dos sacramentos nos hacen celebrar y vivir el Resucitado.

En el otro lado, se ve a Juan el Evangelista, sosteniendo un Libro. Es el libro de las Escrituras, que convergen hacia el acontecimiento central de la resurrección. La historia de Israel, la espera de los profetas y todo el Antiguo Testamento transmiten este hecho. Su origen está enlos relatos evangélicos y en el Nuevo Testamento.
Todo trabajo de inteligencia de la fe, comienza y continúa, entre la cruz y la tumba vacía, en el encuentro con el Resucitado.

ES AMOR QUE NO SE EXPLICA


Desde el principio, Jesús es el Hijo, el que no vive más que por amor del Padre. Él dice y da lo que es. Por “cumplir” su misión, él se entrega – incluso a sí mismo. Pero los hombres de corazón cerrado han inventado todos los pretextos sólo para no tener que reconocer que el amor es la fuente de toda vida. Le acusaron de ser como ellos: buscar un interés, ser un competidor, un manipulador, y en consecuencia un impostor a lo que pretendía.
Sobre la cruz acepta ser desnudado de todo para manifestar con fuerza, que sólo tiene el amor de Dios para vivir. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”(Lc 23, 34)

Para quién se enfrenta a la mordedura del mal, a la humillación, al abandono, una violencia súbita e incontrolable puede estallar en el interior. Para protegerse, se puede retirar, dejar pasar el tiempo. A veces esta violencia puede darse la vuelta contra sí, sufrir sin responder, se pierde el aprecio de sí: ¿No soy un cobarde? O incluso la amargura y la frustración pueden llegar a paralizarlo todo por su dolor interno. Se puede también devolver esta violencia contra otros: se trata de denunciar, poner de relieve las responsabilidades para acabar con otro, como si su desdicha fuera la única salida posible y deseable. Entonces, la violencia nos tiene prisioneros en su círculo, parece ocupar todo el terreno, en el culpable y en la víctima. En todos los casos, es la muerte del corazón, que olvida o se entierra. Mientras ciega y atrae la atención por su deslumbramiento doloroso, el sufrimiento, incluso pequeño, tiene cautiva la desdicha.

Cristo cruza esta alternativa: No se retira para protegerse. No responde tampoco acusando al que le maltrata. Jesús puede hasta observar con la mirada del Padre “que no envió a su Hijo al mundo para juzgarlo, sino para que el mundo se salvara por Él” (Jn 3, 17). Esta mirada está enferma, pero también activa, para salvar lo que se pierde, y no dejar a los hombres en el mal donde se encuentran.

¿Porqué la cruz? ¿Porqué el mal, el sufrimiento del inocente? ¿Quién es el responsable: Judas que lo había entregado?. ¿Pilate, el fiscal que lo había juzgado.? ¿Los responsables del pueblo que llevaron la conspiración.? ¿La muchedumbre cómplice.? La cruz sigue siendo absurda.

Jesús no observa el mal que sufre, él no se apiada de su suerte. No deja de mirar al Padre, y de observar a los hombres desde el punto de vista del Padre. Todo el tiempo que permanece vivo, es para abrir una vía allí donde, si no, se perdería todo.


Allí podemos percibir cómo Jesús anticipa una comunión, de la cual todos los huéspedes pueden formar parte. Por su parte, todo está ya listo para una reconciliación ofrecida a todos.


La cruz sólo está allí por la libertad de Jesús que gusta hasta el final. No hay ninguna otra explicación: este amor no se puede explicar. Es solamente en la luz de la perseverancia del amor a través la traición, de la cobardía, la condena, la muerte, que la cruz es reconocible. Amor que se refleja en el lavatorio de los pies (Jn 13, 1-17), en la institución de la Eucaristía (Lc 22, 19-20) y se hará reconocer, sin miedo y sin vergüenza, en los encuentros después de la resurrección.

“PADRE, EN TUS MANOS ENTREGO MI ESPIRITU” (Lc 23, 46)

Todo se ha cumplido. Jesús hizo y dijo todo lo que podía. Desde un punto de vista humano, ante la muerte, no hay ya nada que esperar. Pero no se resigna, pasivo ante lo que todos consideran como la fatalidad del destino. Jesús toma la iniciativa una vez más. No sufre pero da su vida. “Nadie me lo quita ; yo la doy voluntariamente “(Jn 10, 18)”


Da este último paso con el mismo movimiento que el primero: dejándose acoger por Dios como un niño, se abandona en los brazos de sus padres. Volviéndose hacia Dios como hacia el Padre, Jesús vive hasta el final de la espera. Revela la fidelidad del Padre que no deja de decir, como el día del bautismo (Mt 3, 17), incluso a este cuerpo muriéndose: es mi alegría, mi felicidad…


Allí se descubre una vez más el movimiento de la fe. No se trata de mi convicción, pero sí de la espera del Padre que cree más en mi que yo, e incluso me abre un paso, incluso en la situación más extrema, cuando no hay más salida.


Sobre la cruz, desnudado de toda apariencia, sin nada para atraer la mirada, Jesús se siente libre. La palabra y la sabiduría se callan, la acción y el milagro se agotan. La sola carne cuelga aún en el madero. Pero esta carne abandonada de todos, esta carne que da miedo y da vergüenza, encuentra fuerza y dice lo que ni la sabiduría ni el milagro había podido hacer aceptar.


Contra la violencia que querría que se renunciara finalmente, que se le abandonara a la fatalidad, la carne se convierte en lengua, palabra de amor dándose, ella dice exactamente que el corazón sigue estando abierto. El mismo Jesús se da hasta dar su carne, su sangre, su último suspiro. Se da para todos. Se da sin saber, pero con todo, con la confianza de que es acogido. No se pierde nada, la muerte no guarda nada, la tumba estará vacía.


Y a partir de ahí, todo corazón puede ser consolado, toda carne puede ser bella, toda palabra puede volver a ser luz.

Dejar a Cristo rogar en nosotros Padre perdónalos (Lc 23,34), o Padre entre tus manos doy mi vida (Lc 23,46), ya es participar ahora en su muerte y en su resurrección. Es ser libre de la amargura y la frustración, libre de protegerse, libre para vivir.


Para vivir, el corazón no necesita garantías, explicaciones, sino solamente poder darse: arriesgar de nuevo su confianza.



martes, 2 de diciembre de 2008

Un año de vida

Son ya 365 días de existencia. Un año que ha transcurrido con rapidez, una vida que ha navegado por el mar de la esperanza.

En el corazón de este blog se han hecho aflorar sentimientos de hermandad, utopía y fe en el ser humano.

La belleza del mundo está en descubrir en el otro el mensaje universal que nos transmite Dios: sembrar en la tierra (próxima o lejana) una luz imperecedera y transparente, de AMOR.