sábado, 11 de junio de 2011

El espíritu del hombre humilde

En el MNAC de Barcelona, donde ahora se encuentra la colección que los barones Thyssen-Bornemisza trajeron a España, destaca el cuadro de la Virgen sentada con el Niño de pie sobre su regazo. Es la Virgen de la Humildad, que engloba todas las características para devoción a María. Una bella imagen de una mujer sencilla revestida de una túnica roja y un manto azul —colores puros y vivos—, con un nimbo dorado en la cabeza con la inscripción Ave Maria Gratia Plena. De sencillez compositiva, la Virgen permanece sentada en un trono, rodeada de ángeles. El pintor del Quattrocento utiliza un recurso tradicional que ya empleará en otras pinturas. El símbolo de las flores —las azucenas que se refieren a la pureza de María y las rosas rojas y blancas del Niño que son el anuncio de las alegrías y la Pasión que tendrá que sufrir Jesús en la vida terrena— y el paño que da profundidad a la obra. Esta tabla nos habla de la humildad y pureza de corazón de una mujer que lo dio todo a lo largo de su vida, con un espíritu humilde y generoso. La humildad es el camino perfecto para alcanzar la paz interior. Para ser humilde hay que conocer la verdad de uno mismo. Donde reina la humildad existe sabiduría. No es fácil aceptar que hablen mal de uno, ser ajeno a las complacencias de las alabanzas, excusarse cuando se nos reprende, negarse a desarrollar trabajos que consideramos inferiores, avergonzarse ante la ausencia de determinados bienes personales, no ser el centro de atención de una reunión social, pensar que lo que uno dice o hace es mejor que quienes nos rodean… Lo difícil es aceptarlo. Pero para ello es preciso conocerse bien, saber examinarse. Ser conscientes de nuestra pereza, de nuestra desidia, de nuestro exceso de sensualidad, de nuestra envidia o de nuestros recelos. Cuando el ser humano se acepta como es puede rebelarse ante la realidad que le rodea. Humildes de corazón, en la voluntad, en la razón, en las pasiones, en los sentidos… en la oración. A base de humildad, se puede ir con la cabeza bien alta en cualquier ambiente o circunstancia. El espíritu del hombre humilde irradia luz —como en este bello cuadro— porque está iluminado por el Espíritu Santo. Sólo el conocimiento certero de nuestros defectos y debilidades nos da la fuerza necesaria para atraer la gracia divina. Si el hombre no acepta su realidad difícilmente podrá curarse. Dándose a los demás es como mejor se puede vivir el amor hacia el prójimo. Si uno no es fiel a su propia conciencia, jamás será feliz y podrá hacer feliz a quienes le rodean.

El más valioso don que tienen los hombres es la cercanía de Dios. Si no comprendemos que Él está al principio del camino, a nuestro lado, cogido de nuestra mano o arrimado a nuestro regazo, es que hemos perdido el sentido de nuestra vida. Dios está —siempre— presente, vivo, eterno. Es nuestro guía y nuestra esperanza. Ve nuestros actos, oye nuestras plegarias, asume nuestros defectos, se alegra de nuestros éxitos, comprende nuestras debilidades, contempla nuestros actos. Pero nosotros le desagraviamos y le ofendemos. A veces, durante el día, no tenemos ni un pensamiento para Él, que tanto nos comprende. Ni un acto de amor. Ni un gesto delicado. Sin Dios en nuestros corazones: ¿qué será de nuestra vida?.



















ORACIÓN:

Señor, desciende tu luz a esta oscuridad de mi corazón. Dame fe correcta, firme esperanza, caridad perfecta y profunda humildad, conocimiento y sabiduría para siempre observar tu santa verdad y voluntad.