Desde los comienzos del cristianismo, las obras de arte han sido un camino para llegar a Dios, mediante la belleza de sus formas y lo espiritual de su contenido. En este sentido se articulan estas obras, que satisfacen, a través del arte, las necesidades litúrgicas y espirituales de la comunidad cartuja, conjugando el equilibrio entre el valor artístico y el devocional.