Por sus ojos mío Cid va tristemente llorando;
Volvía atrás la cabeza y se quedaba mirándolos.
Miró las puertas abiertas, los postigos sin candados,
Las alcántaras vacías, sin pellizcones ni mantos,
Sin los balcones de caza ni los azores mudados.
Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado,
Y comenzó a hablar así, justamente mesurado:
¡Loado seas , señor, Padre que estás en lo alto!
Todo esto me han urdido mis enemigos malvados.
Volvía atrás la cabeza y se quedaba mirándolos.
Miró las puertas abiertas, los postigos sin candados,
Las alcántaras vacías, sin pellizcones ni mantos,
Sin los balcones de caza ni los azores mudados.
Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado,
Y comenzó a hablar así, justamente mesurado:
¡Loado seas , señor, Padre que estás en lo alto!
Todo esto me han urdido mis enemigos malvados.
16 de junio de 1094, un caballero castellano, conocido en toda la península como Rodrigo el Campidoctor -el Campeador- cruza con buena parte de sus hombres las murallas de Valencia. Acto seguido sube a una de las más altas torres y contempla desde allí el vasto paisaje que se abre ante sus ojos. Este hecho, insólito por la magnitud de la empresa, será recordado durante siglos.
Aunque podría decirse que aquí comienza la leyenda del Cid, lo cierto es que las hazañas del Cid ya habían sido cantadas en vida, un poeta anónimo, escribió El Carmen Campidoctoris, que loaba las primeras vitorias del Cid en el campo de batalla.
Muerto en 1099, las proezas del Cid siguieron transmitiéndose oralmente hasta que, en el siglo XII o principios del siglo XIII, otro poeta anónimo inmortalizó la figura del Campeador en un poema que se convertiría en uno de los grandes tesoros de la literatura épica de todos los tiempos: El Cantar del Mío Cid. Esta obra rememora idealmente el último tercio de la vida del Cid, desde su destierro de Castilla hasta sus últimos años, en los que conquistó Valencia; un camino abierto hoy a quien quiera conocer, de la mano del Cantar, buena parte de nuestra historia y nuestra cultura Bienvenidos al siglo XI.
El Cid
Rodrigo Díaz, hijo del infanzón castellano Diego Laínez, nace a finales de la primera mitad del siglo XI. En 1058 se incorpora a la corte del rey Fernando I, a cuya muerte entra al servicio del rey Sancho de Castilla, quién le nombra alférez real. Pronto, por sus victorias, entra en lides contra otros caballeros, es conocido como el Campeador.
En 1072 enfrentado en lucha fraticida con sus hermanos, el rey Sancho es muerto a traición en el Cerco de Zamora. Su hermano Alfonso le sucede en el trono y se convierte en rey de Castilla y León.
Relegado tras el cambio de monarca a un segundo plano, las continuas fricciones en la nueva corte -donde el Cid tiene poderosos enemigos- le llevarán a sufrir, en 1081, la pena del destierro. Tras dejar Castilla entra al servicio del reino musulmán de Zaragoza, obeniendo numerosas victorias frente a ejércitos cristianos y musulmanes.
A finales de 1086, ante el peligro de invasión almorávide, el rey Alfonso VI le perdona y el Cid regresa a Castilla, aunque pronto vuelve al Levante para seguir combatiendo. Poco después, en 1088, un nuevo desencuentro con el rey provoca el segundo destierro, que durará unos cuatro años. Tras años de lucha incesante, en 1094, el Cid, después de un largo y duro asedio, conquista Valencia, donde morirá en 1099.
Aunque podría decirse que aquí comienza la leyenda del Cid, lo cierto es que las hazañas del Cid ya habían sido cantadas en vida, un poeta anónimo, escribió El Carmen Campidoctoris, que loaba las primeras vitorias del Cid en el campo de batalla.
Muerto en 1099, las proezas del Cid siguieron transmitiéndose oralmente hasta que, en el siglo XII o principios del siglo XIII, otro poeta anónimo inmortalizó la figura del Campeador en un poema que se convertiría en uno de los grandes tesoros de la literatura épica de todos los tiempos: El Cantar del Mío Cid. Esta obra rememora idealmente el último tercio de la vida del Cid, desde su destierro de Castilla hasta sus últimos años, en los que conquistó Valencia; un camino abierto hoy a quien quiera conocer, de la mano del Cantar, buena parte de nuestra historia y nuestra cultura Bienvenidos al siglo XI.
El Cid
Rodrigo Díaz, hijo del infanzón castellano Diego Laínez, nace a finales de la primera mitad del siglo XI. En 1058 se incorpora a la corte del rey Fernando I, a cuya muerte entra al servicio del rey Sancho de Castilla, quién le nombra alférez real. Pronto, por sus victorias, entra en lides contra otros caballeros, es conocido como el Campeador.
En 1072 enfrentado en lucha fraticida con sus hermanos, el rey Sancho es muerto a traición en el Cerco de Zamora. Su hermano Alfonso le sucede en el trono y se convierte en rey de Castilla y León.
Relegado tras el cambio de monarca a un segundo plano, las continuas fricciones en la nueva corte -donde el Cid tiene poderosos enemigos- le llevarán a sufrir, en 1081, la pena del destierro. Tras dejar Castilla entra al servicio del reino musulmán de Zaragoza, obeniendo numerosas victorias frente a ejércitos cristianos y musulmanes.
A finales de 1086, ante el peligro de invasión almorávide, el rey Alfonso VI le perdona y el Cid regresa a Castilla, aunque pronto vuelve al Levante para seguir combatiendo. Poco después, en 1088, un nuevo desencuentro con el rey provoca el segundo destierro, que durará unos cuatro años. Tras años de lucha incesante, en 1094, el Cid, después de un largo y duro asedio, conquista Valencia, donde morirá en 1099.