Han devuelto a las piadosas manos de María el cuerpo sin vida de su Hijo, envuelto en una sábana limpia. Las llagas de Jesús arden en el corazón de la Madre. La Piedad, abrazada a su Hijo, se conmueve, en silencio, sola en su dolor y sus recuerdos. Su expresión dolorosa es el reflejo del sufrimiento de los hombres. María llora, su corazón está turbado. Tiene en sus brazos el vínculo del amor que surgió del sí incondicional de Nazaret, aquel día claro y luminoso en que se le apareció el Ángel. A María le vienen los recuerdos vividos con el Amor hecho hombre: la sencilla gruta de Belén, la presentación en el Templo, el trabajo en la carpintería de José, su esposo, las bodas de Caná, el camino hacia el Calvario. Todas esas escenas están grabadas en su corazón de Madre. El gesto de dolor de María conmueve. Pero una gran fuerza interior la transforma. No quiere que tengamos compasión de Ella porque María sabe que es Dios quién ha de tener compasión de los hombres. Él ha venido para sufrir, para vencer el dolor y la muerte. María sabe que Jesús no está solo. Que más allá de la muerte nace la vida. A pesar de la oscuridad que provoca el desconsuelo, la tristeza y la desesperanza surge la luz de la esperanza. Ahí están al pie de la cruz, María, su Madre, la hermana de su Madre, María, María Magdalena, Juan, el discípulo amado y José de Arimatea. Es el germen de la nueva Iglesia, es el renacer de una nueva fe entre los hombres. Dios, vivo y cercano, no ha muerto, esta siempre presente en nuestras vidas. Porque la muerte no es el final, es el paso que nos lleva a la vida verdadera. Sin el don de su vida en nuestra muerte no cabría esperanza. Cuando el dolor cruce mi camino, Señor, me darás consuelo; cuando me llegue el desánimo, Tú serás mi esperanza; cuando el fracaso arribe a mi vida, Tú me enseñarás a usarlo con ventaja; cuando la soledad me invada, Tú me darás la serenidad que necesito. Dame la gracia para hacer Tú voluntad y no mis propósitos y a no perder el tiempo en cosas sin sentido. Ayúdame a actuar por encima de miedos y prejuicios sabiendo actuar de acuerdo a los talentos recibidos. Como la Madre, que en los últimos momentos te consuela, haz que yo también aprenda a entregar mi vida a Ti y a los hermanos que más me necesitan.
ORACIÓN:
Oh Jesús, dame fuerza para soportar los sufrimientos y para que mi boca no se tuerza cuando bebo el cáliz de la amargura.
ORACIÓN:
Oh Jesús, dame fuerza para soportar los sufrimientos y para que mi boca no se tuerza cuando bebo el cáliz de la amargura.