martes, 16 de noviembre de 2010

Camino hacia Santiago, ¿hoy como ayer?

Cuando a mediados del siglo XII el cartógrafo hispano-musulmán Al-Idrisi comparó al Camino de Santiago con una calle muy transitada por las muchedumbres que recorrían los campos hacia Compostela, no podía imaginar que más de ochocientos años después, y tras centurias de decadencia, la ruta jacobea habría de volver a ser una avenida de multitud de gentes de muy variada condición, especialmente en años de celebración jubilar, como este de 2010.







Camino hacia Santiago, ¿hoy como ayer?





Las razones que impulsaron a los peregrinos de la Edad Media tienen muchas ramificaciones y facetas, pero un contexto histórico preciso. Aunque el hallazgo de las reliquias que se asociarían a la legendaria evangelización fallida de Santiago en Hispania se había producido dos siglos antes, fue la necesidad de contacto con Europa de los reinos cristianos peninsulares tras la disgregación del califato cordobés y, más concretamente, la labor promocional del arzobispo Gelmírez, el apoyo de la poderosa abadía de Cluny y el patronazgo regio quienes dieron alas a la que se convertiría, asombrosamente, en principal ruta de peregrinación de la cristiandad. En esta nueva tierra de oportunidades, auténtico far west medieval, necesitaba de repobladores y sobrada del dinero de las parias ganadas al Islam, la ruta francígena (la de los «francos», los llegados del otro lado de los Pirineos) se convirtió en el cordón umbilical que drenó a las tierras del norte hispano la savia de la plenitud medieval, encarnada en la reforma gregoriana el nuevo arte románico. Santiago se convirtió, además, en el campeón de las milicias cristianas (el «matamoros») y las sendas que conducían al finis terrae donde se ubicaba su tumba remozaron sus gastados firmes romanos para acoger el tránsito y, en muchos casos, el asentamiento, de quienes llegaban desde París (vía turonense), Vezelay (vía lemosina), Le Puy (vía podense) o Arlés (vía tolosana), los cuatro brazos principales de la ruta en Francia, o desde mucho más allá, hasta alcanzar Jakobusland, la tierra del Apóstol. Aunque el camino nunca fue sólo uno, sino un haz arbóreo que recorría la cosa o el mediodía (a través, por ejemplo, del viejo camino mozárabe y Vía de la Plata), y no sólo fue europeo, sino reflujo hispano que trasvasó al continente gran parte de la cultura clásica a través del odre musulmán y gran parte de la propia y de la refinada sensibilidad de los reinos del Sur, que tanto impacto causara a las cortes norteñas.







Peregrinos cruzando un Puente del Camino




Pero a partir de los siglos XIII y XIV la nueva espiritualidad urbana y, en especial, el giro estratégico meridional de los reinos cristianos en su empresa bélica de «reconquista», desgajó al Camino de la primera línea de la vida hispana. Más tarde, el siglo XVI criticó agudamente los «supersticiosos cultos» de las reliquias, que los Reformistas tenían por idólatras e innecesarios intermediarios; mientras que, como remate, los finales de la decimoctava centuria marcarían el punto más bajo de la peregrinación, denostada por el racionalismo beligerante de los tiempos de revolución. Así las cosas, el Camino parecía sentenciado, por campesino, por retirado, por bizarro, por crédulo, por caduco, por inútil.

Sin embargo, quién lo iba a decir, si hoy día la ruta compostelana vive una nueva edad dorada, quizás sea por esos mismos motivos. Bies es cierto que lo hace al rebufo de una recompuesta europeidad y de un turismo cultural en boga que lo promociona, cual gelmirismo renovado, en cuanta comunidad autónoma atraviesa, más publicitado que nunca, quizás al borde de la saturación y el hastío. Pero también lo es que sus atractivos residen precisamente en lo que antaño fueron sus flaquezas: el contacto con la naturaleza, ideal de toda sociedad urbana, el conocimiento de las tradiciones, o de lo que queda de ellas, sean creídas o no, el ejercicio físico, que puede llegar a ser extenuante pero culmina en una meta alcanzable, o la confianza o interés por una serie de creencias religiosas o míticas que conforman un ámbito diferente, extraño, significante, «inútil», en el sentido más sugerente y peregrino de la palabra. Una renovada sugestión por la ruta de las estrellas, la Vía Láctea que lleva al Occidente, que revela el interés de nuestra sociedad por alcanzar un lugar donde vislumbrar dónde y cómo buscaron antaño el hilo de los trascendente, saber por qué en ese lugar que, en realidad, no existe, los lazos con lo absoluto se manifestaron con infrecuente naturalidad y, quizás, aún lo hagan.

León, enero de 2010
Luis Grau Lobo








Peregrinos haciendo una ruta del Camino