miércoles, 25 de agosto de 2010

El Robo de las Campanas

Cuando entró Almanzor en Compostela en el año 997, arrasando cuanto encontraba a su paso, sólo encontró una población vacía.

Un monje, que según parece fue san Pedro de Mezonzo, alertó a sus vecinos para que huyeran a esconderse en los montes de alrededor, mientras que él se quedó rezando junto a la tumba del Apóstol.

Cuando el caudillo andalusí entró en la catedral, tan sólo encontró a un viejo monje a quien perdonó la vida.

Pero, enojado por no encontrar nada interesante que saquear, decidió llevarse a Córdoba las puertas y las campanas de la catedral, transportadas a hombros de los cristianos que fueron capturados por estas tierras.

Se cuenta que Almanzor acercó su caballo para que bebiera de una fuente que había en la plaza que hoy conocemos como Platerías. Cuando el animal bebió, murió reventado. La imaginación popular quiso creer que aquello se había tratado de un castigo divino.

Pero el desagravio por el ultraje cometido en la catedral no iba a tener lugar hasta que en el año 1236, el rey Fernando III conquistara Córdoba. Entonces, aunque las campanas parece ser que habían sido fundidas, pudo recuperar las puertas, que en esa ocasión, quizás como compensación, ordenó que fueran transportarlas hasta Compostela a hombros de los moros que él hizo prisioneros durante su campaña.

















La subida al poder de Almanzor, durante la última etapa del califato, supuso una reactivación del poder de Córdoba frente a los reinos cristianos.

En total, durante sus veintidós años de gobierno, hay constancia de que se realizaron más de 55 expediciones, algunas de ellas con notable éxito.

En el año 981, las tropas de Almanzor partieron de Córdoba para penetrar en el territorio del reino de León.

Tras vencer en Rueda a los ejércitos aliados de León, Castilla y Navarra, asolarán Zamora, Simancas y la misma León.

Cuatro años más tarde, en el 985, el objetivo fue Barcelona, ciudad que fue tomada al asalto el 6 de julio de ese año.

En el 988, el objetivo será de nuevo el reino de León, tomando Zamora, Sahagún y León, y asolando los territorios que encontraba a su paso durante su regreso a Córdoba. Pero, de entre todos los ataques, el más sonado tuvo lugar en el año 997.

Esta vez el objetivo fueron las tierras del oeste peninsular y, principalmente, Santiago de Compostela, símbolo de la Cristiandad.

El 3 de julio del 997 partió de Córdoba al frente de su caballería. La expedición se reforzó en Viseo, recibiendo el aporte de muchos condes vasallos.

En Oporto se le unió la infantería, que había hecho el viaje por mar.

Finalmente, tras arrasar Padrón, llegó a Santiago, que pudo tomar gracias a estar despoblada.

La última gran campaña de Almanzor se produjo en la primavera del año 1002, y su objetivo fue la Rioja. Al frente de sus tropas, penetró hasta Calatañazor e incendió el monasterio de San Milán de la Cogolla. A su regreso a Córdoba, ya enfermo, falleció cerca de Medinaceli en la noche del 10 al 11 de agosto de ese mismo año.

















Escena que muestra la Batalla de Catalañazor.




















Dotado de una personalidad carismática y de un gran talento militar, entre los años 977 y 1002 llevó a cabo un total de 56 campañas en tierras cristianas sin conocer la derrota, razón por la cual recibió el sobrenombre de al-Mansur (el Victorioso), con el que pasaría a la historia.

De hecho, se trataba de incursiones rápidas y devastadoras, realizadas durante los meses de primavera y verano, que tenían por objeto sembrar el terror entre los habitantes de los reinos cristianos del norte peninsular.

Así, por ejemplo, asoló Salamanca (977), venció a los ejércitos coligados de Ramiro III de León, García Fernández de Castilla y Sancho II de Navarra en las batallas de Gormaz, Langa y Estercuel (977) y en la de Rueda (978), saqueó Barcelona (985), arrasó Coimbra, León y Zamora (987 y 988), asaltó Osma (990) y castigó Astorga (997).

La gesta más memorable del caudillo árabe se produjo, sin embargo, el 11 de agosto del 997, cuando destruyó Santiago de Compostela (sólo respetó el sepulcro del apóstol) y obligó a los cautivos cristianos a trasladar a hombros las campanas de la catedral y las puertas de la ciudad hasta Córdoba.

Cinco años más tarde, de regreso de una expedición contra San Millán de la Cogolla, cayó enfermo y murió en Medinaceli, el 10 o el 11 de agosto de 1002.