Hasta la invención de la imprenta en el siglo XV, todos los libros eran manuscritos, es decir escritos a mano. En la Europa de comienzos de la Edad Media, los monjes escribían los libros, ya fuera para otros religiosos o para los gobernantes. La mayor parte de ellos contenían fragmentos de la Biblia, aunque muchos eran copias de textos de la antigüedad clásica. Al principio utilizaron gran variedad de estilos locales que tenían en común el hecho de escribir los textos en letras mayúsculas, costumbre heredada de los tiempos de los rollos. Más tarde, como consecuencia del resurgimiento del saber impulsado por Carlomagno en el siglo VIII, los escribas comenzaron a utilizar las letras minúsculas , cursivas, y a escribir sus textos con una letra fina y redondeada que se basaba en modelos clásicos.
Los manuscritos generalmente incluían ilustraciones, pero las técnicas para combinar imágenes y texto variaban. Algunas ilustraciones se ponían simplemente arriba o debajo del texto, pero otras se intercalaban con el texto o se enmarcaban. Las ilustraciones de los libros se llamaban miniaturas pues esta palabra proviene del latín minium, que designa un pigmento rojo hecho de plomo. Los manuscritos decorados con oro y colores se llamaban iluminados. La iluminación de manuscritos se sofisticó durante la Edad Media europea, al grado que implicó una división del trabajo: había expertos que sólo elaboraban los bordes de las hojas, otros decoraban iniciales, otros pintaban imágenes y otros más aplicaban la hoja dorada.
Los libros medievales tenían portadas de madera, reforzadas a menudo con piezas de metal y con cierres en forma de botones o candados. Muchas de las portadas iban cubiertas de piel y en ocasiones estaban ricamente adornadas con trabajos de orfebrería en oro, plata, marfil, esmaltes y piedras preciosas. Estos ejemplares eran auténticas obras de arte en cuya confección intervenían, hacia el final de la Edad Media, orfebres, artistas y escribas profesionales. Los libros, por aquella época, eran escasos y muy costosos, y se realizaban, por lo general, por encargo de la pequeñísima porción de la población que sabía leer y que podía sufragar sus gastos de producción. El grosor y el peso de estos libros medievales hacían muy impráctico producir manuscritos muy grandes, como una Biblia entera, en un solo volumen. Como resultado de esto, cada sección de una obra se elaboraba como un libro individual. Los evangelios, los salmos, y los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, por ejemplo, se fabricaban individualmente. Estos tomos tan pesados se almacenaban acostados dentro de gabinetes para mantener las hojas planas.