Salvador Dalí es continua fuente de polémica por su controvertida personalidad. Sin embargo, algunas de sus obras son auténticas genialidades en las que, si nos olvidamos de la obsesión por averiguar la intención del pintor, y nos centramos en la verdadera finalidad de la pintura que debe ser la inspiración y no la propaganda, veremos lo que otros no son capaces ni tan siquiera de intuir.
Uno de estos cuadros es Muchacha de espaldas. La joven que retrata el genio español es el complemento ideal a La joven de la perla de Vermeer. En este caso no le vemos el rostro, pero su hombro desnudo y la placidez con la que se siente contagia un estado de serenidad.
Uno de estos cuadros es Muchacha de espaldas. La joven que retrata el genio español es el complemento ideal a La joven de la perla de Vermeer. En este caso no le vemos el rostro, pero su hombro desnudo y la placidez con la que se siente contagia un estado de serenidad.
La moda actual de fabricar una falsa serenidad basada en el culto a ciertas técnicas de relajación no es más que un engaño a la propia conciencia, la verdadera serenidad no puede venir de fuera sino de dentro, de la consecución de la necesaria paz interior. La muchacha de Dalí está aparentemente mirando un paisaje que no se antoja de gran belleza, un patio interior. Sin embargo, si su espalda nos transmitía una gran serenidad, la sonrisa que intuimos en el perfil del rostro nos invita a pensar que la mirada no la tiene en el exterior sino en el interior, está mirando a su propia conciencia. Su limpieza de espíritu le lleva a la paz interior, y este encuentra su reflejo en la paz exterior. La felicidad engendra felicidad. Sé feliz y contagia felicidad.
ORACIÓN:
Señor, tú que te complaces en habitar los rectos y sencillos de corazón, concédenos vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros.