domingo, 15 de enero de 2012

Rabí, ¿dónde vives?

Escuchar
Si se espera escuchar alguna voz autorizada en el templo, ésta es la de Dios. Las demás voces, o que hablen de Dios, o que callen. Pero esperar la Palabra divina no omite por completo el que nos acerquemos a los templos con zumbido de otras palabras que dificultan escuchar a Dios. En lo cotidiano, nuestros templos no están exentos de algunos murmullos, incluso durante las celebraciones. Si cuesta el silencio, es porque incordia frenar la lengua; pero cuanto más locuaz es la lengua inoportunamente, menos oídos dejamos para Dios. El mecanismo de la atención humana es severo: en condiciones normales, no permite hablar y escuchar al mismo tiempo. Para activar lo segundo, hay que bloquear lo primero.

El sueño le venía a Samuel en la parte más sagrada del templo, pues dormía junto al Arca de la Alianza. Aquella caja de madera venerada por el pueblo judío contenía las Tablas de la Ley. Las Tablas eran mucho más que piedra; eran el signo visible de la amistad de Dios con su pueblo, de la cercanía de un Dios que no era como los otros dioses. Los ojos necesitan ver, y allí tenían las Tablas de la Ley, y los oídos oír, pero la época de Samuel eran momentos áridos, en los que “era rara la Palabra del Señor” (1S 3,1). El pequeño Samuel servía a Dios, pero todavía no lo había oído, aunque viese la señal de su presencia en ese Arca. El escritor sagrado justifica al niño: “Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la Palabra de Dios” (1S 3,7).

Podemos estar viendo signos de la presencia de Dios y no escuchar su voz. Esto sucede o bien porque no queremos escuchar, o porque no reconocemos su palabra. En el primer caso le cerramos las puertas a Dios y le cedemos el paso a las palabras que llegan de fuera o a las nuestras propias. En el segundo, si es que todavía no conocemos la Palabra de Dios o su forma de hablarnos, necesitamos de personas, como Elí hizo con Samuel, que nos introduzcan en el misterio de la revelación divina para decir: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”; o señalar como Juan el Bautista: “Éste es el Cordero de Dios”. Para hacer como Samuel hace falta aprender a escuchar; para entender al Bautista es necesario saber de lo que significa “cordero de Dios” en la tradición judía (relación con Dios y acción misericordiosa). En una palabra: hay que cuidar las capacidades humanas, como la escucha, y esforzarse en el conocimiento de nuestra religión. Así será mucho más probable que entendamos a Dios cuando nos habla y que podamos obrar en relación a lo que nos dice.

Hemos encontrado el verdadero camino hacia la vida
Simón oyó y recibió un nuevo nombre: Pedro (en griego “Cefas”). El nombre que le puso Jesús era nombre de misión: se piedra y cabeza de su Iglesia. Pero antes Pedro había oído a su hermano Andrés que ya había conocido al Señor y lo invitó para que se encontrase con Él. La mediación de los que conocen y hablan de aquello que han visto y oído es necesaria, y es el camino para que muchos conozcan a Cristo y se conviertan. De no ser por el Bautista, quizás no habría apóstol Andrés; de no ser por Andrés, tal vez no habría Simón Pedro. Pero antes el Bautista había reconocido al Señor, y Andrés había compartido tiempo con Él.

A los apóstoles el sueño no les venía en el templo, como a Samuel junto al Arca de la Alianza, símbolo de la presencia de Dios. Su dormir y vivir lo velaba el mismo Dios hecho carne, el nuevo templo donde la presencia de Dios era insuperable. Lo vieron, lo escucharon y aprendieron de Él, hasta convertirse ellos mismos, tras la experiencia de la Pasión y la Resurrección de Cristo, en templos vivos del Espíritu. Todo el que se acerque a participar del misterio de la Pasión y Resurrección de Cristo, el bautismo, será convertido por el Espíritu en templo de Dios y Dios velará sus sueños. Pero tendrá que aprender a escuchar a Dios, a reconocerlo en su vida y hacer que su cuerpo sea morada acogedora del Espíritu de Dios, como templo suyo que es. 

Juan Bautista
Los cristianos vivimos en la tensión de ser de Dios y no serlo todavía completamente. De haber sido signados con la marca de Cristo, como pertenencia suya, y sentir la seducción de tantas cosas que nos apartan de Él. Las tentaciones no son nuevas, como reflejan las cartas de Pablo sobre la comunidad de Corinto. Las palabras del Apóstol son estímulo para vivir en Cristo, como “templos del Espíritu”, y rechazar por tanto convertirnos en templos de nuestras pasiones con un ejercicio de la sexualidad desordenado. Sus palabras hacia los corintios son palabras hoy para nosotros.

Voces mediadoras de la palabra de Dios no nos faltan, ¿faltarán oídos por nuestra parte?














Trabajar por el Evangelio brota como una urgencia del corazón de quien ha experimentado el amor de Dios en su alma y desea ardientemente que los demás también puedan gozar de este maravilloso encuentro: "Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: Hemos encontrado al Mesías".






















Padre bueno, que hablas siempre en la historia y en lo profundo del corazón humano, y que a nosotros nos hablaste también en Jesús, nuestro hermano mayor, proponiéndonos en él un camino de servicio y donación. Danos espíritu atento a tus llamados, actitud de búsqueda constante y discernimiento para buscar siempre y en todo la fidelidad a tu proyecto de Vida en plenitud para todos.













Reflexión de Juan Segura sobre las lecdturas del domingo segundo ordinario, 15 de enero de 2012 para elcantarodesicar.com











 2° DOMINGO ORDINARIO Pbro. Lic. José Luis Aguilera Cruz aguileracruz@yahoo.com.mx

"¿DÓNDE VIVES, RABÍ"

JESÚS Y JUAN.

Desde el adviento se nos habló de la persona de Juan el Bautista, los evangelios ven en Juan un personaje muy importante, en este domingo Dios nos vuelve a poner a Juan el Bautista ante la presencia de Jesús, ya en el Antiguo Testamento se descubría que Dios mandaría a un testigo antes del gran día del Señor, ese testigo era Juan, a él le tocó presentar a Jesús ante sus discípulos, los discípulos de Juan el bautista representan a quienes sinceramente entendieron a Juan no como luz, sino como testigo de la luz, Andrés seguía al Bautista, y dio el paso que Juan les invitaba, después siguió a Jesús cuando oyó decir a Juan "Éste es el cordero de Dios".

MAESTRO, ¿DÓNDE VIVES?

Los obispos ungidos por el Espíritu Santo en Aparecida Brasil, nos insistieron que el discípulo es aquel que tiene un encuentro vivo con el Maestro, Jesús, y este pasaje representa al discípulo misionero del que hablaron los obispos, Andrés y "otro" discípulo, la iglesia siempre ha visto en ese "otro" al autor del evangelio que estamos meditando (Jn 1, 35-42), fueron a ver donde vivía Jesús "y se quedaron con él ese día", los santos padres han insistido que no se es católico por herencia o por una decisión sino por el encuentro vivo con la persona de Jesús, claro que los movimientos ayudan pero no son la única manera de encontrarse con un Jesús vivo, pero todo católico debe buscar ese encuentro.

DISCÍPULO MISIONERO.

Andrés es el ejemplo de ese discípulo misionero que visualizaron los obispos en Aparecida, después de conocer a Jesús y de pasar ese día con él, inmediatamente va y le habla a su hermano de ese Jesús que ha encontrado y que le ha iluminado la vida, le dice Andrés a Simón: "hemos encontrado al Mesías", y no solo le habla de Jesús sino que va y lleva a Pedro a donde Jesús, es Andrés el que cumple el protocolo de presentar a estos dos grandes amigos que van a cambiar el curso de la historia, ninguno de los apóstoles, fuera de Pedro, tiene un sucesor, el amigo de Jesús, el Pedro de hoy es Benedicto XVI. Andrés conoce a Jesús en un encuentro que debió ser maravilloso, va le habla de Jesús a su hermano Simón y lo lleva también a Jesús, el método es claro.

DE SIMÓN A PEDRO.

Apenas Jesús conoce a Pedro, le da una misión en la vida, "Tú eres Simón, hijo de Juan.Tú te llamarás kefás (Que significa Pedro, es decir 'Roca')", estas palabras contienen dos elementos por un lado no niega quien es y por otro eleva ese ´quien es´ así es el llamado de Jesús a cada uno de nosotros: llama con la historia propia de cada uno, con sus cualidades y sus limitaciones, a él no lo engañamos, sabe perfectamente de qué estamos hechos, pero sabe que podemos dar el máximo y que podemos aprovechar las cualidades y superar las limitaciones, si él confía en nosotros lo mejor es que le respondamos positivamente, y también como a Pedro nos lanza a compartir su misión.