lunes, 31 de mayo de 2010

Símbolos de la peregrinación: la venera



CAMINO / Conchas

En todo tiempo y lugar los peregrinos han vuelto con objetos cuyo sentido sobrepasa el de meros souvenirs o testimonios de su peregrinación. Estos 'residuos de santidad' prolongan el contacto con lo sagrado y están santificados doblemente: por el lugar de su extracción y por el esfuerzo de su consecución. En los santuarios cristianos de la Alta Edad Media se adquirían reliquias, phylacterias (trozos de papel escritos) u otros recuerdos, muchos de ellos sin carácter icónico: desde piedra de los santos edificios o de las tumbas, hasta aceite de sus lámparas o agua de los cauces cercanos. En dos de los grandes centros cristianos de peregrinación se recurrió a productos 'naturales' característicos de la zona: la palma de Jerusalén y una concha atlántica, en este caso un producto costero pese a que Compostela no es ciudad marítima, pero sí fue en la costa donde atracó la barca con los restos del apóstol y la peregrinación remite al finis terrae, no más allá de las tierras conocidas.



LUIS GRAU LOBO

Estas insignias, además de identificativas, constituyeron una especie de salvaconducto frente a los peligros del camino, con carácter muchas veces protector, apotropaico, pero no servían como...

... testimonio legal de la peregrinación, pues para ello debía aportarse el documento-certificado del cabildo compostelano (bula compostela), sobre todo en el caso de los peregrinos obligados a ello por castigo legal o por delegación.

La venera pronto triunfó, y pasó a ser uno de los símbolos más complejos y ricos del panorama jacobeo, pues su adopción y su éxito se deben a hondas creencias religiosas que ven en las conchas, en particular en este tipo, una expresión simbólica y talismánica. La creencia en las virtudes mágicas y protectoras de la concha, por su semejanza y asimilación a la vulva femenina, se remonta a la prehistoria, se atestigua en todas las culturas (del Japón al mundo azteca), y su desarrollo se vincula a la eclosión del culto a la fertilidad de la tierra personificado en la fecundidad femenina (pilares de la subsistencia de la economía agraria) durante el Neolítico. Una tradición que tiene expresa formalización en varios mitos, alguno de ellos griego, expresión literaria de una creencia elemental.

Así, en la Teogonía de Hesiodo el nacimiento de Afrodita es debido a la fecunda unión entre la espuma del mar y el miembro viril de Urano, mutilado por Cronos; un nacimiento, pues, de la muerte. Y la diosa se presentó a los chipriotas montada en una concha, lugar donde se produjo la génesis divina, que pasará a ser uno de sus atributos y representaciones más habituales (el famoso cuadro de Botticelli entre ellas). En el mundo romano la Venus Genetrix se asocia al culto del matrimonio y la familia como garantes de la prosperidad de la gens, una fecundidad medida en los patrones del orden social romano. No es preciso insistir si tenemos en cuenta que el nombre castellano (y gallego) -venera, vieira- deriva del latino -venus, veneris-, y además es la raíz del verbo venerar.

Pero si el dibujo y profundidad de la concha evocan el órgano sexual femenino, su origen la relaciona con las aguas de las que surge. La estrecha relación entre la fertilidad agraria y la disponibilidad de agua (el paraíso siempre es un lugar de aguas regulares y calmas), y entre ésta y el ritmo estacional y lunar del ciclo vegetal, hacen de la concha un valor polifacético constatado universalmente. Entre los aztecas la concha es el dios luna, y representa la matriz de la mujer, mientras que para los chinos antiguos personifica la parte yin, la energía cósmica femenina, lunar, 'húmeda'. Entre los latinos aún se creía que la luna alimentaba las ostras y mejillones.

El carácter regenerativo de la concha derivado del ciclo vegetal pasó en el mundo cristiano a tener un sentido funerario, también vinculado a su producto: la perla. Ostra y perla significan el sacrificio de una generación (la muerte del animal) en beneficio de la prosperidad de la siguiente (la perla), sacrificio cuya mística le hizo símbolo del propio Cristo en la tierra, y anticipo simbólico de la resurrección a una vida mejor tras el sacrificio de una vida terrena consagrada a la divinidad. Este es el sentido que tenían las conchas que señalaban las sepulturas de los primeros cristianos, que consideraban que éstas eran el recipiente de la tumba cerrada que algún día ha de abrirse para dar salida a un nuevo mundo, prospero y edénico.

Es poco probable que el viajero a Santiago considerase tantas relaciones simbólicas a la hora de proveerse de la concha-venera, pero no hay duda de que todo el significado que ésa había tenido durante siglos estuvo presente tanto en su adopción y rápida difusión como en el aprecio que esta tenía para su portador, aunque fuese por mera veneración hacia lo sagrado más allá de su genealogía cultural. En todo caso, la concha, como calabaza y cantimplora, tenían un evidente uso prático, para el abastecimiento del agua potable, como recipiente directo o como símbolo propiciatorio. Este sentido se observa también en otras culturas, incluso lejanas como el budismo chino, donde la concha augura un viaje próspero. Hoy día, la estilización de la venera todavía identifica lo jacobeo en todas partes, sea en autovías o en grafitis clandestinos.