El peregrino pasa de tierras de Burgos a tierras de Palencia. Allí se encuentra Carrión de los Condes, de donde “El Poema de Mio Cid” nos cuenta que eran los condes Diego y Fernando González, casados con las hijas del Cid, y que a menudo sufrían las burlas de los hombres del Campeador por su cobardía. En venganza, los condes abandonaron a sus esposas en el robledal de Corpes, creyéndolas muertas, después de azotarlas.
El Cid pidió justicia a su rey, exigió que le devolvieran las dotes que les había dado y retó a duelo a los infames.
Vengada la afrenta, las muchachas volvieron a casarse en mejores nupcias, con infantes de Navarra y Aragón.
El Camino continúa por tierras leonesas cuya capital, León, estuvo muy concurrida en el siglo XVII, una época de gran auge del peregrinaje en el Camino. Debido a la cantidad de viajeros que pasaban, se daban cita muchos buscavidas que vivían de la estafa y del juego.
Un día, en una de las muchas partidas de dados que se jugaban, nada menos que dentro del claustro de la catedral, un soldado de los tercios de Flandes que se encontraba de paso, veía como, mediante trampas, le iban dando cuenta de todo el dinero que llevaba encima.
Enojado por la situación, agarró el dado y lo lanzó con fuerza, dando contra la estatua de la Virgen que tenía enfrente y golpeando la cabeza del niño, que, de repente, ante el asombro de todo el mundo, comenzó a sangrar.
Dicen que aquel soldado no sólo dejó el juego, sino que también abandonó el ejército para siempre.
El Cid pidió justicia a su rey, exigió que le devolvieran las dotes que les había dado y retó a duelo a los infames.
Vengada la afrenta, las muchachas volvieron a casarse en mejores nupcias, con infantes de Navarra y Aragón.
El Camino continúa por tierras leonesas cuya capital, León, estuvo muy concurrida en el siglo XVII, una época de gran auge del peregrinaje en el Camino. Debido a la cantidad de viajeros que pasaban, se daban cita muchos buscavidas que vivían de la estafa y del juego.
Un día, en una de las muchas partidas de dados que se jugaban, nada menos que dentro del claustro de la catedral, un soldado de los tercios de Flandes que se encontraba de paso, veía como, mediante trampas, le iban dando cuenta de todo el dinero que llevaba encima.
Enojado por la situación, agarró el dado y lo lanzó con fuerza, dando contra la estatua de la Virgen que tenía enfrente y golpeando la cabeza del niño, que, de repente, ante el asombro de todo el mundo, comenzó a sangrar.
Dicen que aquel soldado no sólo dejó el juego, sino que también abandonó el ejército para siempre.
Resumen del argumento del Poema de Mio Cid.