En esta pintura, el centro de atención es una joven muchacha recostada en una cama. Su débil cuerpo se apoya en una cómoda y gruesa almohada sobre la que revolotean sus finos cabellos pelirrojos. Una manta espesa cubre sus delicadas piernas. A su lado, la figura de una mujer, con la cabeza reclinada, de la que no podemos ver sus rasgos tristes y dolorosos. No es capaz de mirar a la joven que se despide de la vida. Sin embargo, en la mirada de perfil de la niña observamos destellos de paz y recogimiento. La niña es consciente de que el misterio de la muerte está cercano. Las manos de ambas mujeres se entrecruzan. Están pintadas de una manera simple. Munich ha dejado conscientemente de delinear la forma de los dedos. Un cuadro que nos habla de la fragilidad de la vida. El dolor es para la persona un misterio que Munich sufrió en carne viva a consecuencia de la muerte de su hermana. Un misterio que tantas veces la razón no comprende. Muchas veces nos preguntamos por qué si el hombre está llamado a la vida feliz tiene el dolor y la enfermedad tan presente en sus vidas. Y es lógico que nos preguntemos por qué sufrimos y qué sentido tiene el sufrimiento. Son cuestiones que el hombre se plantea abiertamente cuando se haya postrado en una cama -como la jovencita del cuadro- durante una convalecencia. El enfermo es testimonio activo del anuncio evangélico porque desde su propia fe, desde su propia experiencia y desde su propio dolor va al encuentro de Cristo.
Aunque es fácil de escribir, sólo en el sufrimiento puede el ser humano encontrar el sentido a la vida. Sólo participando del sufrimiento existe redención para el hombre. Es por eso que cuando el hombre sufre, ante el enigma del dolor, únicamente puede lanzar un mensaje de compromiso verdadero. ¡Señor que se haga tu voluntad y no la mía! El dolor y el sufrimiento, cuando tienen la proximidad, la adhesión y la solidaridad de Dios, adquieren otra dimensión más intensa y esperanzada. El sufrimiento vivido con generosidad da sentido a la vida. En la vida del hombre incluso el sufrimiento y la muerte, por muy duro que parezca, tienen su sentido. El enfermo es portador del gozo del Espíritu Santo.
En este óleo, de trazos espesos y oscuros, se comprende que el sufrimiento de la joven niña no supone una carga sino que constituye un elemento salvífico. En su camino del sufrimiento la niña, arropada por la mujer que se encuentra sentada a su lado, no está sola. Ambas comparten el dolor. La mujer sirve con amor y generosidad. No realiza una obra humanitaria, ejerce únicamente una labor evangélica. Ante el enfermo, la Iglesia llama a estar al lado de los que sufren y cultivar el amor redentor proclamando la Buena Nueva del Reino.
Aunque es fácil de escribir, sólo en el sufrimiento puede el ser humano encontrar el sentido a la vida. Sólo participando del sufrimiento existe redención para el hombre. Es por eso que cuando el hombre sufre, ante el enigma del dolor, únicamente puede lanzar un mensaje de compromiso verdadero. ¡Señor que se haga tu voluntad y no la mía! El dolor y el sufrimiento, cuando tienen la proximidad, la adhesión y la solidaridad de Dios, adquieren otra dimensión más intensa y esperanzada. El sufrimiento vivido con generosidad da sentido a la vida. En la vida del hombre incluso el sufrimiento y la muerte, por muy duro que parezca, tienen su sentido. El enfermo es portador del gozo del Espíritu Santo.
En este óleo, de trazos espesos y oscuros, se comprende que el sufrimiento de la joven niña no supone una carga sino que constituye un elemento salvífico. En su camino del sufrimiento la niña, arropada por la mujer que se encuentra sentada a su lado, no está sola. Ambas comparten el dolor. La mujer sirve con amor y generosidad. No realiza una obra humanitaria, ejerce únicamente una labor evangélica. Ante el enfermo, la Iglesia llama a estar al lado de los que sufren y cultivar el amor redentor proclamando la Buena Nueva del Reino.