Saliendo de La Rioja, el Camino entra en tierras de Burgos, donde permanece imborrable el recuerdo del que, sin duda, fue el personaje más célebre de esa región, Don Rodrigo Díaz de Vivar “el Cid Campeador”. Este hidalgo castellano, importante figura de la Reconquista, nació en la primera mitad del siglo XI.
Un heroico guerrero que participó en infinidad de batallas y que, al mando de un ejército de caballeros que lo siguieron incondicionalmente, llegó a dominar gran parte del territorio oriental de la Península.
En la catedral de Burgos hay una imagen de Cristo en la cruz que, según algunas leyendas, podría estar hecha por José de Arimatea. Su aspecto es tan real que parece que el pelo y las uñas le nacieran, en vez de estar pegados; la piel, la carne y la sangre desprenden tal naturalidad que sus venas parecen latir, y, si le quitan los clavos, sus brazos caen tal y como harían los de una persona real.
Don Pedro Ruiz de Minguijuán, importante comerciante de la ciudad, prometió llevar un obsequio a los religiosos de San Agustín, a la vuelta de un viaje que iba a realizar.
Ya de regreso, cayó en la cuenta de que había olvidado su regalo, cuando desde el barco en que viajaba divisaron algo que flotaba en el mar. Al acercarse, descubrieron una imagen de Cristo crucificado y el comerciante pensó que sería ideal para cumplir el compromiso adquirido.
Así pues, llevó la figura consigo y, según dicen, el día que hizo su aparición en la ciudad de Burgos, todas las campanas de la comarca comenzaron a sonar a la vez.
Un heroico guerrero que participó en infinidad de batallas y que, al mando de un ejército de caballeros que lo siguieron incondicionalmente, llegó a dominar gran parte del territorio oriental de la Península.
En la catedral de Burgos hay una imagen de Cristo en la cruz que, según algunas leyendas, podría estar hecha por José de Arimatea. Su aspecto es tan real que parece que el pelo y las uñas le nacieran, en vez de estar pegados; la piel, la carne y la sangre desprenden tal naturalidad que sus venas parecen latir, y, si le quitan los clavos, sus brazos caen tal y como harían los de una persona real.
Don Pedro Ruiz de Minguijuán, importante comerciante de la ciudad, prometió llevar un obsequio a los religiosos de San Agustín, a la vuelta de un viaje que iba a realizar.
Ya de regreso, cayó en la cuenta de que había olvidado su regalo, cuando desde el barco en que viajaba divisaron algo que flotaba en el mar. Al acercarse, descubrieron una imagen de Cristo crucificado y el comerciante pensó que sería ideal para cumplir el compromiso adquirido.
Así pues, llevó la figura consigo y, según dicen, el día que hizo su aparición en la ciudad de Burgos, todas las campanas de la comarca comenzaron a sonar a la vez.