El Salvador (Domenicos Theotocopoulos, "El Greco") |
Entre los muchos apostolados que salieron de las manos de El Greco, en el monasterio de las Reales Descalzas de Valladolid se puede contemplar esta asombrosa cabeza de Cristo, llena de fuerza e intensidad dramática. Tal vez el óleo fuese un regalo de la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III, que a comienzos del siglo XVIII financió la construcción de la nueva iglesia del convento. Esta obra, perfectamente restaurada, es una pieza recortada de hipnótica mirada. La cabeza de Cristo, aureleada de nimbo romboidal, está sumergida en un directo halo de luz que ensombrece el lado derecho de la imagen, de la que sólo se puede vislumbrar la oreja. La transición de luz está muy bien trabajada en el cuello y en el pecho así como en el cuenco del ojo izquierdo. El rostro, magníficamente trazado con pinceladas convincentes y finas, tiene un cariz escultórico evidente. Pero la verdadera maestría de esta obra recae en el poder hipnótico de la mirada. El Greco logró que Cristo clavara su mirada directamente en el espectador. Las pinceladas suaves y finas de tono blanquecino destacan el brillo y la transparencia de los ojos.
Quien detiene la mirada en este Cristo se ve atraído por su poder y su encanto. Es una mirada que nos permite ver la riqueza que emana de su interior. Es una mirada amorosa, fiel, que nos hace permanecer extasiados ante el misterio de un Dios que ha sido humillado para asumir nuestra condición humana. Es una mirada llena de gratitud, que pretende llegar hasta las profundidades de nuestra alma. Una mirada cargada de amor gratuito. El amor de su mirada es una invitación a una vida con mayores ideales. Es la llamada a la vocación.
La mirada de Jesús es limpia porque Él sabe a quien llama. Y es una mirada compasiva porque Él, que conoce al hombre, mira en lo más profundo de su ser. Es la mirada que nos dice que sabe de nuestros triunfos y nuestros fracasos, nuestras virtudes y nuestros defectos. Es una mirada dulce que lejos de reprocharnos se adentra en nuestra intimidad para que sepamos vernos tal cual somos. ¡Cuántas veces tenemos miedo de cruzar la mirada con Cristo! ¡Cuántas veces nos sentimos indignos de mirarle a los ojos! Es necesario aprender a averiguar los signos con los que Dios nos llama. No hay que tener temor a mirar a Cristo porque Él quiere sentirse unido a nosotros para que seamos auténticos testigos de su amor y participemos de su maravilloso plan de salvación.