Madonna de la Silla (Rafael Sanzio) |
Los artistas del Renacimiento italiano fueron recuperando con el tiempo los cuadros de formato circular como forma de vincular su arte a las medallas que se realizaban durante la época clásica. Este sistema tiene una ventaja ocular para el espectador y es que permite centrarse en lo esencial y no alejar la vista en elementos secundarios. Esta obra, realizada cuando Rafael era director de las colecciones vaticanas, es, sin embargo, una pieza privada que muestra la madurez del pintor. Rafael regresa a uno de sus temas preferidos durante su época de Florencia con el retrato de la Virgen, el Niño y san Juan. Es un cuadro de compleja composición por la posición de la Virgen que sostiene en su regazo, en un gesto lleno de ternura y amor, al Niño. La Virgen aparece en su forma más protectora. Junto a ellos, emerge la piadosa figura de san Juan. Es una escena íntima, melancólica, afable y cariñosa y muestra la grandeza del ideal renacentista que es hacer lo difícil fácil. Rafael pintó una Virgen sencilla, con una ropa simple y con una pequeña toalla sobre su cabeza. Es la referencia humana a la maternidad de María que oculta un significado todavía más profundo al referirse a la Iglesia como la Madre Santa. La Virgen aparece junto a dos jóvenes, su Hijo y san Juan. En el camino de la vida, la palabra juventud está siempre presente en la conciencia de los hombres. Pero Jesucristo no anunció en su Buena Nueva que fuéramos jóvenes sino que dijo que nos comportáramos como niños. Niños en el amor a los demás, niños en el camino espiritual, niños en el respeto a Dios, niños en nuestra forma de actuar.
El sentido de ser como niños, en nuestro camino de perfección, es claro: actuar con cariño y sencillez, ser obedientes y sinceros, saber dar y saber recibir, vivir con dulzura y esperanza. Todo ello siendo protegidos en el regazo de la Madre, como ocurre en esta excepcional pintura, una de las más reproducidas de la historia del arte. A ella es a quien hemos de acudir con empeño, porque es la Madre protectora: para santificar nuestro trabajo cotidiano, siguiendo un ejemplo, como ella, que tanto empeño puso en santificar su vida diaria; en la búsqueda de nuestra pureza, como ella, que nació Inmaculada; en nuestro cansancio y desánimo, como ella, que enalteció el valor de la monotonía del día a día; en el momento del dolor y la desesperanza, como ella, que se mantuvo firme al pie de la Cruz; en los instantes en los que nos encontramos solos, como ella, que sufrió con entereza la soledad; en la búsqueda de nuestra vida interior, como ella, que supo escuchar la llamada divina; en nuestro orgullo y vanidad, como ella, que vivió siempre la sencillez y la humildad; para vencer nuestros malos humores y egoísmos, como ella, que supo rodear de esperanza su entorno familiar y social. María siempre en nuestra vida.
ORACIÓN:
Señor, que por la concepción inmaculada de la Virgen María, preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado, concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas.