La joven y la culebra (Soria) |
Dicen que a las culebras les gusta tanto la leche que las hay que reemplazan a los niños cuando las madres, ya casi dormidas, dan por la noche de mamar a sus criaturas, poniéndoles la punta de su cola para que la chupen y succionando –mientras tanto- ellas los pechos. Pero también a las culebras les gustan otras cosas. Y meterse en otros lugares.
Esta es la historia de una chica que estaba soltera y la notaban como muy gorda. Y la gente empezaba a sospechar si se habría quedado embarazada, porque tenía un novio que la cortejaba y la veían entrar y salir mucho con él. Y se sentía ella muy mal y había días que la notaban más gorda y otros que la notaban menos gorda.
Y la madre empieza a imaginarse que puede ser; se queda escondida por la noche en la habitación de la chica y, finalmente, ve que sale la culebra. Pues ellas iban juntas al campo por las mañanas. Y había oído, más de una vez, cantar a la serpiente, que –al parecer- se venía detrás de las dos.
Todas las noches llegaba la culebra cuando la chica se acostaba y entraba en su casa. Y se metía dentro de ella. Y la madre, entonces, le puso ceniza y leche en un tazón. La culebra bebió tanta y tanta, que –al final- reventó.
He utilizado para el texto precedente el relato que me refirió una joven de Soria hace más de veinte años y lo he relacionado con la leyenda que recoge Pujol sobre «La serpe que mama», pues ambas narraciones se refieren a extravagantes costumbres que le son atribuidas a este misterioso animal (Pujol 2002: 175).
Transcribo en este caso íntegramente el etnotexto, pues presenta alguna dificultad de interpretación que voy a comentar más adelante a la luz de su comparación con otros parecidos.
«Era una chica que estaba soltera y la notaban como muy gorda. Y el pueblo empezaba a sospechar porque tenía un novio y demás. Y se sentía ella muy mal y había días que la notaban muy gorda y otros que la notaban menos gorda. Y la madre empieza a sospechar y –lo típico- que sale la culebra. Pues que iban al campo y demás. Debían de oír ruido y la oían cantar… Todas las noches venía la culebra cuando se acostaba y entraba en su casa. Y se metía dentro de ella. Y la madre le pone ceniza y leche y la culebra revienta». (Informante L. Chicote. 17 años. Soria, 23 – V – 1982).
Culebras, lagartos o dragones (sus hermanos mayores mitológicos) aparecen ligados –con frecuencia- en el trasfondo folklórico de muchos pueblos a doncellas que son acosadas por ellos. Y esto desde mucho antes de que la serpiente se convirtiera en símbolo del demonio vencido por la Virgen y los santos, figurando por ello a sus pies. Sin embargo, no siempre la culebra fue mal vista, ni objeto de temor. Se sabe que los romanos las tenían casi como animales domésticos en sus villas porque se encargaban de mantener a raya a roedores y otros molestos inquilinos.
Pero lo que aquí nos interesa es esa «fijación» obsesiva que lagartos y culebras parecen tener con ciertas emanaciones características del cuerpo de la mujer, ya se trate de la sangre de la menstruación o de la leche propia de la maternidad: «Les gustaba la leche de las mujeres cuando amamantaban a los niños; con la fuerza de su cola deslizaban al niño de la madre cuando ésta estaba dormida y, reemplazando la boquita del pequeño, succionaban con deleite, alimentándose a la vez que el niño se desnutría» (Llarch 1986: 80).
No faltan en este sentido relatos tradicionales que hablan de cómo también los lagartos persiguen a mujeres que tienen el periodo:
«El lagarto es más enemigo de la mujer que del hombre (…) Fueron una vez unas mujeres a coger yerbas pa los cerdos, cardillos y cosas de esas, y había una señora que tenía el perioro y escapó tras ella y si no hay quien la auxilie…pues que la echa mano» (Fraile Gil 1996: 163).
Y también proliferan las leyendas explicativas de los enormes lagartos –a veces auténticos cocodrilos- que se guardan disecados en iglesias, ermitas o sacristías en relación con un hecho memorable donde siempre hay, además del monstruo, una joven a la que aquél persigue, rapta o pretende matar. Este es el caso, por ejemplo, del cocodrilo que aún se conserva en la iglesia del pueblo salmantino de Santiago de la Puebla (Pedrosa y Moratalla 2002: 220).
En lo que respecta a la afición láctea de los reptiles, los relatos folklóricos sobre culebras que maman, reciben la leche de un pastor que las alimenta como gatillos o ellas mismas toman de las vacas, resultan no menos abundantes que peregrinos. Como señala Pujol, el rumor acerca de serpientes que sustituyen a los niños en su actividad lactante es bien conocido en el medio rural, aunque luego haya pasado a integrar el corpus de leyendas clasificadas como urbanas (Pujol 2002: 175).
José Manuel Fraile Gil transcribe un par de ejemplos de pueblos madrileños en que aparecen elementos comunes a la versión de Pujol y a la mía: así, que el reptil coloque el rabo en la boca del niño o que se utilice la ceniza para descubrir la actividad clandestina del animal. En mi muestra no queda claro si la ceniza se mezcla con la leche (aunque así parece) o su aparición en el relato es una reminiscencia de esa estratagema campesina para saber, a través del rastro, que el reptil ha pasado por la estancia en cuestión. Como, de hecho, ocurre en las versiones madrileñas. Veamos lo que dice la recopilada por Fraile Gil en La Puebla de la Sierra:
«…eran casas viejas y estaban a la salida del pueblo y la madre estaba criando al niño; estaban las mujeres al sol y a la madre la daba mucho sueño, y la daba mucho sueño –María se llamaba- y decían las mujeres: …y esta mujer que tos los días, que tos los días se mete a casa porque la da mucho sueño. Entonces ya notaron que el niño se quedaba muy delgao, y ya las vecinas, que ya lo observaron, pues echaron ceniza por alrededor de la cama y vieron que era una culebra. Eso lo vigilaron en guerra y los mismos soldaos de la guerra fueron y mataron a la culebra. Vieron que la estaba mamando y el rabito de la culebra le tenía en la boca del niño para que no llorara; la madre tenía un sueño tan terrible que no sentía nada. Y la mataron la culebra y ¿sabe qué hicieron? La cogieron los soldaos y la abrieron, y tenía una tripa de leche que pa qué…» (Fraile Gil 1996: 166).
Pedrosa y Moratalla ofrecen una versión procedente de Jarchal (San Juan, Argentina), aunque se recogiera en Madrid, sobre una «víbora mamadora», que se asemeja en mucho a las de Pujol y Fraile y mantiene los principales motivos del relato. En la misma, sin embargo, aparece un elemento nuevo nada irrelevante: son los curanderos y no el médico quienes hallan explicación y remedio al hecho de que el niño adelgazara cada día más, es decir, la medicina tradicional triunfa en un caso en que la convencional estaba fracasando (Pedrosa y Moratalla 2002: 221-222).
Pero en la muestra Soriana recogida por mí se incorpora todavía otro motivo: el del misterioso embarazo. Ello es lo que la emparenta con narraciones que sí son abundantes entre rumores y leyendas urbanos que circulan entre adolescentes de ahora. Pedrosa reúne varios ejemplos de embarazos prodigiosos, bien de chicas que se preñan por bañarse en una piscina con chicos, por comerse un helado o por sentarse a orinar en una taza de váter donde antes se ha sentado un varón (Pedrosa 2004: 269-272).
Parecería, pues, que mi versión de Soria –recogida de labios de una joven en la capital de la provincia- puede ser un buen ejemplo de un cierto estado híbrido e intermedio en la transformación de una vieja leyenda. Una muestra de un relato agarrado al vuelo en su itinerancia del campo a la ciudad. Como tantos argumentos legendarios que caminan de las culturas tradicionales-rurales a las urbanas-contemporáneas sin perder su carácter popular, éste ha conservado señales claras de su procedencia campesina, enriqueciéndose –además- con las preocupaciones y temores de los jóvenes en la actualidad.
No obstante, esta interpretación serviría para explicar la forma en que la leyenda se nos presenta, pero no tanto para comprender su evolución y génesis. Pues hay una larga tradición en torno a encuentros –e incluso, a veces, amores- entre jóvenes y culebras.
Un ejemplo de ello lo encontramos en un relato del Perú, «La amante de la culebra», que –como el nuestro- cuenta la historia de una muchacha que queda embarazada por una sierpe. Teniendo en cuenta que se trata de un texto traducido del quechua, es decir, de una lengua y cultura diferente, y seleccionado como talo por su editor, podría pensarse que –a pesar de la gran coincidencia en el contenido- estamos ante tradiciones independientes (Carrillo 1968: 109-117). No hay, en efecto, apenas elementos formales que las conecten. Pero el fondo de la historia –salvo porque la culebra cobra en un principio la apariencia de un hermoso joven- es casi el mismo.
Piense, pues, cada uno lo que quiera. Sin olvidar, sin embargo, que no sólo los indios del Perú creían –por lo que hemos visto más arriba- que las culebras gustaban de seguir y visitar a las jóvenes, llegando incluso éstas a quedar preñadas. Los hijos de campesinos que marcharon hacia las Indias –hace cinco siglos- también estaban convencidos de ello.
Y bien sabían un refrán que era enseñanza moral y advertencia al mismo tiempo:
Sol la linda yerba/ está la culebra
(Horozco 1986: 560, nº 2873).