lunes, 4 de mayo de 2009

El tapiz en el siglo XVI


La proyección de la propia personalidad llevaba aparejada indisolublemente todo un sistema de códigos visuales que, plasmados en las obras de arte, exaltaban la figura de su poseedor como héroe y gran guerrero, hombre de letras, espejo de virtudes y, sobre todo, como merecedor de la gloria y de la fama por su riqueza y poder. Lógicamente la propia imagen y su modo de vida eran objeto de especial cuidado y así, sus palacios y sus fundaciones religiosas eran dotadas con todo aquello que supusiera ostentación y lujo.

Los tapices, por su carestía, eran uno de los elementos que más claramente prestigiaban a su propietario.


Ya desde época medieval los Países Bajos destacan en la producción de lujosas tapicerías, multiplicándose ahora sus centros (Tournai, Brujas, Audenarde, Valencienne, Lille, Gante), de entre los que cobra gran importancia Bruselas, receptora en 1515 del encargo por parte del Papa León X de la serie de Los Hechos de los Apóstoles sobre cartones de Rafael, lo que supuso la llegada del Renacimiento al tapiz, que se contagia de preocupaciones pictóricas tales como la búsqueda del volumen y la perspectiva, asimilando igualmente las innovaciones de la ornamentación: putti, medallones, personajes mitológicos, jarrones, etc.