miércoles, 14 de julio de 2010

Ella siempre está conmigo

Cristo ha muerto. Han entregado a la Madre el cuerpo sin vida de su Hijo. Los Evangelios no nos dicen que sintió Ella en aquel instante intenso y doloroso, como si fuese imposible expresar en palabras aquel sufrimiento. Lo cierto es que ante los pies de la cruz ya no caben las lamentaciones. Junto al cuerpo del Señor yacente están sus seres más queridos, como el pintor renacentista alemán, maestro del color con una gran producción de temática religiosa, nos muestra en este cuadro: la Virgen, Juan, María Magdalena y José de Arimatea, enmarcados en un paisaje típicamente suabo. No sirven excusas para pasar junto a la Cruz y no detenerse, como si de algo irrelevante se tratara. La crucifixión del Señor ha sido el acto más generoso de su vida terrenal y nosotros hemos sido crucificados con Él porque con su muerte en el madero nos ha liberado de nuestros sufrimientos, de nuestros pecados y de nuestras miserias humanas. El mundo se llena de tinieblas. Tal vez ahora estamos vacilantes en nuestras creencias, en nuestra fe, en nuestras esperanzas… a punto de arrojar la toalla invadidos por la desidia o el derrotismo. Pero entonces contemplamos a María, madre dolorosa que se halla a los pies de la Cruz, en actitud orante. Está triste, sí. Está de luto. No en vano es madre. Pero es Madre de esperanza y de consuelo. Y sabemos que aunque nuestra fe sea puesta a prueba ella siempre estará ahí, en nuestras penas y en nuestras dudas, en nuestros pesares y en nuestras caídas. Ella es la Madre que ilumina nuestra vida. Ella es la esperanza, el amor y el consuelo. Ella es nuestra fortaleza y nuestro sostén. Este cuadro nos dice que como cristianos debemos permanecer ahí y no huir atemorizados como hicieron los discípulos que seguían a Jesús. Que estamos llamados a disfrutar del esplendor de la vida celestial pero hasta lograr ese destino nuestro camino estará lleno de sufrimiento y de dudas. En estos casos, sepamos acudir a la Virgen, sufriendo a su lado. Que ella sea nuestro consuelo y nuestra fortaleza.










ORACIÓN:

Dios todopoderoso y eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido un amparo celestial a cuantos la invocan, concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor.