lunes, 5 de diciembre de 2011

Sabiduría para afrontar el camino

Dama con chaqueta verde (August Macke)
Las primeras pinturas de Auguste Macke son de colores vivos e intensos -con predominio de la luz-, llenos de vida, influidos por el arte impresionista que refleja con naturalidad retratos de la vida cotidiana: escenas de calle y de café con mujeres paseando, hombres y mujeres disfrutando de una tarde agradable, escaparates elegantes... Más adelante iniciará una nueva estética expresionista donde las figuras humanas pasan a un primer plano. Son figuras con una dimensión meditativa, como estática, absortas por el silencio de la vida. Una de sus obras más bellas y representativas, por su lirismo y su pureza, es este óleo pintado cuando el artista se trasladó a vivir con su familia a un lago suizo. En primer término aparece una figura femenina elegante, esbelta, señorial. Al fondo se vislumbran dos parejas, una a la derecha y otra a la izquierda con un fondo paisajístico de simples casitas con el agua del lago dando una nota de color. El verde de las copas de los árboles, de trazos más irregulares, son un homenaje a Da Vinci, pintor sobre el que Macke estaba estudiando en aquella época. Es un cuadro romántico, inspiracional y muy equilibrado. Equilibrado en cuanto a los contrastes cromáticos y en la forma de ordenar a los diferentes elementos de la composiciòn. No es habitual que el hombre haga algo por conseguir lo que no aspira. La figura de la dama de verde, protagonista de la obra, aparece ligeramente apartada de la vertical de cuadro. Carece de rostro. Es el silencio del alma. Me gusta meditar en torno a esta figura. En la vida hay personas que se contentan con tener una vida mediocre, sin intereses, donde todo lo que gira a su alrededor es trivial, gris y anodino. Para ellos es suficiente con ser buenas personas, sin más. Les basta con tener un mínimo de amor de Dios. A otros les basta con ejercer una piedad externa pero sin una auténtica vida interior. No entienden que el verdadero amor a Dios exige ser santos. Todos estamos llenos de defectos, de faltas y de pasiones que desvían la perfección de nuestra alma. Pero todos, con nuestros defectos y nuestras virtudes, estamos llamados a la perfección. El camino que lleva a la perfección cuesta, es trabajoso, difícil y exigente. Pero si uno sitúa en primer término a Dios en lo que hace, la envergadura de su obra adquirirá mayor grandeza y tendrá también una mayor dimensión trascendental. Es una cuestión de confianza, en el Señor y en nuestras propias fuerzas. Para alcanzar esa meta hay que echar de nuestro lado la resignación y situar en primer término la voluntad. Liberar la complacencia inútil y buscar la serenidad de nuestra alma. No regocijarse con la abnegación de lo propio y tratar de conquistar las virtudes que nos ayudarán a eliminar obstáculos. Nuestra vida tiene que adoptar una postura radical. Uno se puede contentar con una apariencia de santidad porque entonces el hombre es incapaz de que progrese sustancialmente la obra de Cristo. El hombre ha de adoptar una postura radical, seria y generosa, constante y progresiva. Cristo espera mucho de los hombres. Por eso hay que pedir incesantemente al Señor que nos otorgue la sabiduría para poder afrontar el camino que Él espera de cada uno de nosotros. Y crecer cada día en nuestro amor a Dios y a los hombres.












ORACIÓN:

Mándame la sabiduría, Señor, de tus santos cielos y de tu trono de gloria; envíala para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato. Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me guiará con prudencia en mis obras, y me guardará en su esplendor.