martes, 19 de julio de 2011

El dolor, camino de purificación

Contemplo a Cristo colgado del madero. Mirando a Cristo, agonizante, con sus llagas, con la hendidura de los clavos en sus manos y sus pies, con su rostro doliente, deshidratado y desangrado, sin apenas fuerzas para aspirar una bocanada de aire, con su piel desgarrada y macerada, con el ritmo cardiaco desplomado, comprendo el sentido del sufrimiento humano. Hay, sin embargo, en su rostro, la voluntad a sobreponerse al dolor, a no desfallecer ante tanta convulsión.

El mundo necesita este sufrimiento, realidad misteriosa y desconcertante. Con su muerte en la Cruz, Cristo penetra en nuestro dolor, nos hace partícipes de su angustia, se adentra en la agonía del espíritu y el desgarramiento del alma. Cuando el hombre sufre se hace verdadero miembro de la Iglesia.

No puedo parar de contemplar al Cristo agonizante, con la boca seca. Y su cabeza caída con el mechón que cubre parte de su rostro –uno de los elementos que más originalidad dan al cuadro- me dicen que toda forma de dolor implica una promesa divina de salvación y alegría. El dolor no debe ser considerado como una experiencia negativa. Al contrario, el dolor y el sufrimiento son consustanciales a la condición del hombre, consecuencia del pecado original.

Cada enfermo, cada persona que sufre, tiene en la figura de Cristo el verdadero significado de sus padecimientos. El dolor y el sufrimiento son una prueba para el hombre. Un camino de purificación, de liberación interior y de enriquecimiento del alma. Un sufrimiento llevado con paciencia y generosidad es el mejor modo de oración y ejemplo para quienes nos rodean.










ORACIÓN:

Señor, que a la hora de sexta subiste a la Cruz pro nuestra salvación, mientras las tinieblas envolvían al mundo, concédenos que tu luz nos ilumine siempre, para que, guiados por ella, podamos alcanzar la vida eterna.