jueves, 20 de enero de 2011

El talento recibido

Mary Cassatt, pintora americana afincada en Francia, entabló gran amistad con los grandes artistas impresionistas de su época, que la protegieron y encauzaron por los senderos del arte. Sus cuadros, preciosistas y llenos de pequeños matices, estudiaron la figura humana y retrataron estampas de la vida cotidiana. Uno de los más célebres es el de esta mujer –con vestido de tonalidades blancas- cosiendo a la sombra de un árbol, que recoge un programa de vida humilde, de honrada laboriosidad y de piedad sencilla. La pincelada honesta de la artista nos ha querido transmitir un mensaje honesto: la necesidad de sacar partido a los talentos que cada uno recibe de Dios. Dos virtudes que se funden en una, laboriosidad y diligencia. La joven, resaltada por las flores rojas que rodean su figura, atenta a sus trabajo, manifiesta celo por hacer bien una tarea sencilla. La imagen nos recuerda que cualquier trabajo digno y noble en lo humano, por sencillo que éste sea, puede convertirse en un quehacer divino porque toda la grandeza del trabajo bien hecho es grandeza del hombre. Laborioso es aquel que sabe sacar provecho del tiempo, que ofrece su trabajo a Dios y pone atención en lo que hace. Trabaja con amor, con interés y con diligencia. Sabe lo que hace de manera responsable. Ante Dios, ningún trabajo tiene por si mismo más valor. Él lo valora con el mismo grado de Amor con el que el hombre lo realiza. Trabajar es sólo un primer paso, cuando se hace bien y con cuidado es cuando se convierte en una virtud. La desidia, la dejadez y la vagancia es cosa de cobardes. De ahí que la labor de cada día ha de ser siempre impecable porque no deja de ser una ofrenda a Dios.
















ORACIÓN:

El trabajo, Señor, de cada día nos sea por tu amor santificado, convierte su dolor en alegría de amor, que para dar tú nos has dado. Paciente y larga es nuestra tarea en la noche oscura del amor que espera; dulce huésped del alma, al que flaquea dale tu luz, tu fuerza que aligera.