sábado, 15 de mayo de 2010

A Dios Rogando….Y Labrando

Cuando la primavera adorna los valles y, los campos, con sus primeras mieses nos hablan de su esplendor. Cuando la Pascua nos sigue agasajando con armoniosos aleluyas de resurrección, celebramos en este 15 de mayo la festividad de San Isidro Labrador.

Dejamos a un lado lo que puede ser leyenda y nos fijamos en lo sustancial: Isidro fue un hombre de Dios y, eso, le ha valido un puesto –más que merecido- en el calendario cristiano.

1. En una mano el arado y, en la otra, la oración. Así fue este hombre. Sabía que, su esfuerzo y tesón, eran regalos bajados del cielo. No descuidó ni lo uno ni lo otro: trabajaba mirando hacia la tierra pero, su corazón, alababa incesantemente a Dios.

Supo llevar, su alma cristiana, al día a día. Cuando tantos de nosotros estamos sumergidos en el puro activismo. Cuando nos resulta tan difícil combinar “fe y trabajo”, San Isidro logró armonizar perfectamente los dos aspectos. El “ora et labora” benedictino, lo supo custodiar y vivir en primera persona. Dios era lo esencial y, a El, se consagraba con las primeras luces del día. ¿De qué servirían aquellas labores agrícolas el día de mañana? ¿Merecía la pena gastarse en el arado cuando, lo único que estaba llamado a fructificar eternamente era su profunda fidelidad a Dios?

Estos interrogantes nos vendrían muy bien a nosotros, como fondo y planteamiento de nuestro vivir; vamos de un lado para otro. Hacemos muchas cosas. Contamos con una técnica que nos abarata costes y nos evitan esfuerzos mayores. Pero ¿y la vida en Dios? ¿La cuidamos? ¿La embellecemos con el arado de la oración, la humildad, la paciencia o la confianza en Dios?

Tan peligroso, para una vida cristiana, es el brazos cruzados como una existencia atestada de actividad. Las dos tienen algo en común: que no hay espacio para Dios. Que no hay lugar para la búsqueda o el descanso en Dios.

2. San Isidro, con su ejemplo honrado, nos coloca en aquel punto donde podemos encontrar el equilibrio perfecto: rogar y labrar, labrar y rogar. Es decir; trabajar sin olvidar a Dios y, alabar a Dios, sin dejar de cumplir con nuestras obligaciones y sabiendo que Dios nos ama.

¿Cuál fue el secreto de San Isidro para ser santo? ¿Qué trabajaba de sol a luna? ¿Qué Dios bendecía con especial mano divina sus sembrados? ¿Qué asistía, con las primeras luces del alba a la Eucaristía? Sí…pero no. El gran secreto de San Isidro es que se sentía amado por Dios. Que, en todo lo que hacía y decía, sabía que encontraba la presencia amorosa de Dios. Porque, al fin y al cabo, ¿qué es ser santo? Ser santo, como San Isidro, es sentir a flor de piel el inmenso amor que Dios nos tiene. Es dejar a su beneplácito lo que somos y realizamos. Es caer en la cuenta de que, Dios, es el que anima y alienta nuestro vivir, nuestro trabajar y quien reconforta nuestro sufrir.

Que el ideal cristiano de San Isidro, que fue ver al Señor en todo lo que era y hacía, sea para nosotros un motivo para intentar derivar nuestra vida por aquellas sendas que, en San Isidro, se convirtieron en pistas para encontrarse y permanecer unido al Señor.

El futuro de nuestra fe, depende en gran medida, de la siembra que vayamos realizando en ese campo de inmensas posibilidades como es la familia. Ahí es donde hemos de impregnar, a las futuras generaciones, de seguridad en la fe, convicciones religiosas y morales, y valores que –más allá del relativismo que nos invade- permanezcan inalterables en nuestra conducta, en nuestra formación y en nuestra conciencia.

San Isidro, tal vez, llegó a cultivar viñedos. Qué pronto aprendería aquello del Evangelio: para que un sarmiento dé fruto, ha de estar unido a la vid. Nuestra sociedad, sarmiento a veces resquebrajado y caprichoso, corre el riesgo de secarse o quemarse por sí misma, por alejarse demasiado de esa fuente de vida, de amor, de frescura y de fe como es Jesucristo.

Pidamos, por intercesión de San Isidro, trabajo para vivir y fe para alabar y bendecir a Dios.

COMO TU, SAN ISIDRO

Queremos un día luminoso
para buscar la luz del cielo
Un tierra firme y bien dispuesta
en la que sembrar un futuro mejor.
¿Nos ayudarás en el surco, amigo?
Préstanos tu arado;
Bien sabemos que, por ser de tal amo,
a la fuerza ha de ahondar regueros divinos
Déjanos tu calzado;
Bien sabemos que, por calzar la humildad,
hemos de llegar hasta el final del tajo.

COMO TU, SAN ISIDRO

Con los dos ojos labraremos la tierra:
Con uno mirando al cielo,
para que Dios bendiga nuestro esfuerzo,
y con el otro, en la zanja,
para que no nos falte el alimento.
Ayúdanos, San Isidro,
a empujar con aliento divino
la aguijada sobre el duro suelo.
Hoy, como nunca, amigo labriego
necesitamos de tus manos
para saber guiar el timón
de nuestra fe, de nuestro ser, vivir y trabajar.
Te pedimos que, ante Dios,
hagas presente la oración
de este pueblo que, con espigas en sus manos,
oraciones en sus labios,
con cestas de mimbres rebosando frutos,
vinos generosos o miel silvestre
o pan recién sacado del horno
ama a Dios sobre todas las cosas
y proclama con la fe de nuestros padres:
¡Bendito sea el Señor
que nos da la tierra que nos devuelve
el ciento por uno
cuando se le trata con
mano humana y abono divino.
Amén.

J. Leoz

San isidro labrador 


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