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sábado, 3 de octubre de 2020
martes, 10 de junio de 2014
miércoles, 12 de marzo de 2014
Un video de los gestos más emotivos de este primer año del pontificado del Papa Francisco, cuyo aniversario celebramos el próximo jueves: desde el "buenos días y buen almuerzo" con que saluda siempre desde su balcón para el rezo del Ángelus, hasta el abrazo con Benedicto XVI, la corona de flores lanzada al mar por los inmigrantes muertos en Lampedusa, el abrazo a un niño brasileño... ¿Cuál es el que más os ha impactado?.
El gesto que más me ha impactado a mi ha sido cuando camina junto a los niños y sus globos de colores, por una gran escalinata...en fin todos sus gestos me conmueven, verdaderamente es un Papa grande, excelso y cercano al pueblo...comparto con vosotr@s este video tan bonito que no deja indiferente a nadie.
domingo, 2 de junio de 2013
EVANGELIO
"Comieron todos y se saciaron."
Lectura del santo Evangelio según San Lucas. (Lc 9,11b-17.)
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: -Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.
El les contestó: -Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron: -No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.)
Jesús dijo a sus discípulos: -Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Tu pan se multiplica y nos multiplica las fuerzas para amar |
Palabra del Señor.
Corpus Christi
Rodeado de aquellos que vinieron a escuchar, Jesús les habla sobre el Reino de Dios pues, para eso había venido al mundo. Sus discursos, sus parábolas, sus milagros, no eran más que mostrar más claramente en qué consiste el Reino que Dios tiene preparado para aquellos que le aman y siguen sus mandatos.
Cansados y agotados por el camino, el viaje y la jornada, los discípulos querían despedir a todos aquellos que habían saboreado el pan de la Palabra. Sin embargo el corazón de Jesús se conmueve, incluso al poner a prueba a sus propios discípulos pidiéndoles que fueran ellos los que les dieran de comer. Para un número tan significativo de gente, aquellos pocos panes y peces quedaban ridículos; pero por su palabra ahora repartieron lo que tenían.
Pronunciando de nuevo una acción de gracias y elevando sus ojos al Padre, por quien había venido al mundo, aquellos pocos panes fueron más que suficientes para saciar a la multitud. Un pan que nos anticipaba el banquete eterno de la Eucaristía y la donación total de Cristo a la humanidad.
Hoy la Iglesia celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo; en la fiesta del Corpus Christi la Iglesia revive el misterio del Jueves santo a la luz de la Resurrección. Nos sentamos de nuevo a la mesa de la Palabra de Jesús, el Pan de la Vida, escuchamos su mensaje de liberación que es la venida del Reino de Dios y nos alimentamos de su mismo Cuerpo y Sangre. ¡Qué misterio tan glorioso y qué motivo tan grandioso para darle gracias a Dios!
La finalidad de esta comunión, de este alimentarnos del mismo Jesús, de este comer, es la de asemejar nuestra vida a la suya, pareciéndonos cada día un poco más a nuestro único Maestro. Cada vez que nos alimentamos de su Cuerpo y Sangre es Él mismo quien habita dentro de nosotros y nos da la fortaleza necesaria para ser sus testigos.
La Eucaristía es el sacramento central de nuestra fe, aquél hacia el que confluye toda la vida cristiana, puesto que no somos nada alejados de su fortaleza. Es Cristo mismo quien se convierte en alimento eterno para nosotros, que se entrega y se dona gratuitamente para que conozcamos la inmensidad que se nos ha preparado en el Reino de Dios.
En esta solemnidad, nuestras miradas se alzan agradecidas a Dios que ha querido quedarse para siempre entre nosotros en un poco de pan y vino; alimentémonos y cojamos las fuerzas suficientes para que su Palabra cale en nosotros y su Espíritu mueva nuestros corazones.
martes, 26 de febrero de 2013
domingo, 13 de enero de 2013
EVANGELIO
"Después del bautismo de Jesús, el cielo se abrió."
Lectura del santo Evangelio según San Lucas.
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías él tomó la palabra y dijo a todos: -Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: -Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.
Palabra del Señor.
Juan con agua, Jesús es fuego |
Ya desde su concepción, Juan había mostrado signos de alegría al encontrarse con Jesús; así lo notamos en la visitación de la Virgen a su prima Isabel; esto nos prepara para entender el evangelio que hoy leemos; Juan se alegra de señalar a Cristo entre los hombres, está lleno de gozo y alegría.
Sin embargo, el Bautista tiene muy clara su misión: empequeñecer para que sea exaltado el Mesías; había nacido para señalar a Cristo entre los hombres y para anunciar un bautismo de conversión. Así lo deja claro y patente con sus palabras. Yo os bautizo con agua, pero quien viene detrás de mí os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Un calificativo puede englobar a Juan el bautista: humilde; nada más lejos de su pretensión el sobresalir o querer apropiarse de honores que no le correspondían; ni siquiera era digno de desatarle las correas de las sandalias. Humilde y postrado ante el que había de venir, Juan empequeñece para resaltar la figura de Jesús.
Y llega el momento del comienzo de la vida pública de Jesús: su bautismo; entre todos los que llegaban hasta Juan para aprender y escuchar sus palabras y mensajes, aparece Cristo, el cordero que quita el pecado del mundo, Aquél a quien estaba Juan de presentar a los demás, puesto que para eso había venido al mundo, para ser el precursor.
Después de ser bautizado y en oración, el Espíritu Santo desciende sobre Él y la voz del Padre confirma que Cristo es su Hijo. Una nueva manifestación y epifanía de Dios a los hombres. En aquella escena comenzaba la misión de Jesús: anunciar el Reino de Dios.
Comienza ahora un camino por recorrer hasta Jerusalén; comienza la historia que nos narran los evangelistas de ir al lugar donde hombre y Dios se encuentran de nuevo, ofreciendo la nueva vida desde el altar de la cruz.
domingo, 23 de diciembre de 2012
EVANGELIO
¿Quién soy yo para que roe visite la madre de mi Señor?
Lectura del santo Evangelio según San Lucas. (Lc 1,39-45.)
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, salto la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: -¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Palabra del Señor.
IV Domingo de Adviento. Ciclo C. Lc 1,39-45
Si el adviento nos invita a preparar nuestro corazón al Dios que viene a nuestro encuentro, mejor ejemplo que María no podemos encontrar en el Evangelio. Juan nos allanó el camino, María llevó en su seno al Salvador.
Y en estas palabras de Lucas observamos cómo la Madre de Jesús se pone en camino; tras haberle anunciado el ángel que iba a concebir al salvador del mundo, ella no escatima fuerzas y va a visitar a su prima; un camino de encuentro con el precursor y su madre, un camino de alegría y un encuentro emotivo entre dos madres importantes de la Biblia.
Las palabras que dirige Isabel a María al verla no podían ser otras que de alabanza: bendita tú entre las mujeres. ¡Cuántas veces hemos rezado los cristianos el Ave María! Pues podremos imaginar la alegría con que Isabel pronunció dichas palabras al saber que su prima iba a ser la Madre del esperado de los tiempos. Una alegría que hizo que el bautista saltara también de gozo en su seno.
María es proclamada dichosa por creer; a pesar de no entender lo que iba a suceder, o no alcanzar a ver lo mucho que iba a cambiar su propia vida al ser la Madre del Mesías, ella cree; no duda, no pone excusas; quizá no supo entender en un primer momento lo que estaría por venir. Pero creyó. Si Abraham es el padre de los creyentes, María se sitúa a un plano similar al ser la madre de los que han conocido a su Hijo.
Dichosa ella que llevó en su seno y en sus entrañas al quien dio la vida por todos; una hermosa labor que más adelante le reportaría alegrías y sufrimientos al verlo morir en la cruz por nuestra salvación. Hoy los cristianos estamos de fiesta porque encontramos en María un ejemplo muy claro para nuestro adviento particular: saber decir sí a la voluntad y “encarnar” en nuestra propia vida el Evangelio y la buena noticia que es Cristo.
El adviento concluye poniéndonos a las puertas del nacimiento de Cristo: hemos preparado nuestros corazones, hemos allanado las sendas, hemos convertido nuestro corazón al Dios que quiere habitar entre nosotros. No podemos permanecer indiferentes ante este acontecimiento que cambió la historia de la humanidad. Ahora nos toca, como a María, salir al camino, al encuentro de los hombres para que sepan reconocerlo al partir el pan.
¿Quién soy yo para que roe visite la madre de mi Señor?
Lectura del santo Evangelio según San Lucas. (Lc 1,39-45.)
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, salto la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: -¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
El Espíritu nos lleva a servir |
Palabra del Señor.
IV Domingo de Adviento. Ciclo C. Lc 1,39-45
Si el adviento nos invita a preparar nuestro corazón al Dios que viene a nuestro encuentro, mejor ejemplo que María no podemos encontrar en el Evangelio. Juan nos allanó el camino, María llevó en su seno al Salvador.
Y en estas palabras de Lucas observamos cómo la Madre de Jesús se pone en camino; tras haberle anunciado el ángel que iba a concebir al salvador del mundo, ella no escatima fuerzas y va a visitar a su prima; un camino de encuentro con el precursor y su madre, un camino de alegría y un encuentro emotivo entre dos madres importantes de la Biblia.
Las palabras que dirige Isabel a María al verla no podían ser otras que de alabanza: bendita tú entre las mujeres. ¡Cuántas veces hemos rezado los cristianos el Ave María! Pues podremos imaginar la alegría con que Isabel pronunció dichas palabras al saber que su prima iba a ser la Madre del esperado de los tiempos. Una alegría que hizo que el bautista saltara también de gozo en su seno.
María es proclamada dichosa por creer; a pesar de no entender lo que iba a suceder, o no alcanzar a ver lo mucho que iba a cambiar su propia vida al ser la Madre del Mesías, ella cree; no duda, no pone excusas; quizá no supo entender en un primer momento lo que estaría por venir. Pero creyó. Si Abraham es el padre de los creyentes, María se sitúa a un plano similar al ser la madre de los que han conocido a su Hijo.
Dichosa ella que llevó en su seno y en sus entrañas al quien dio la vida por todos; una hermosa labor que más adelante le reportaría alegrías y sufrimientos al verlo morir en la cruz por nuestra salvación. Hoy los cristianos estamos de fiesta porque encontramos en María un ejemplo muy claro para nuestro adviento particular: saber decir sí a la voluntad y “encarnar” en nuestra propia vida el Evangelio y la buena noticia que es Cristo.
El adviento concluye poniéndonos a las puertas del nacimiento de Cristo: hemos preparado nuestros corazones, hemos allanado las sendas, hemos convertido nuestro corazón al Dios que quiere habitar entre nosotros. No podemos permanecer indiferentes ante este acontecimiento que cambió la historia de la humanidad. Ahora nos toca, como a María, salir al camino, al encuentro de los hombres para que sepan reconocerlo al partir el pan.
domingo, 16 de diciembre de 2012
Lectura del santo Evangelio según San Lucas. (Lc 3,10-18.)
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: -Entonces, ¿qué hacemos? El contestó: -El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron: -Maestro, ¿qué hacemos nosotros? El les contestó: -No exijáis más de lo establecido. Unos militares le preguntaron: -¿Qué hacemos nosotros? El les contestó: -No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: -Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
Palabra del Señor.
El niño traerá la justicia |
III Domingo de Adviento. Ciclo C. Lc 3,10-18
Continúa la predicación del Bautista en el evangelio de este domingo de adviento; la gente le había escuchado, había oído sus gritos y querían saber qué debían hacer para convertir su vida y su corazón a Dios en el que creían. Los consejos de Juan exigían un cambio radical.
El que tiene dos túnicas que las reparta y el que tiene comida que haga lo mismo: un bautismo de conversión que pasa necesariamente por compartir lo que somos y tenemos, no acumulando lo innecesario; Juan tiene claro que la vida pasa y que el día está por llegar; que no vamos a estar eternamente aquí en esta tierra, sino que nos espera una vida con Dios donde viviremos para siempre.
Cada uno de los que se acercó a Juan le preguntaba qué debía hacer o cómo debían vivir. Alejarse de extorsiones, de denuncias injustas, de impuestos excesivos… aquellas palabras que hace casi dos mil años dirigió a publicanos, militares y todo el que quiso escuchar, bien podríamos ponerlas por obra nosotros hoy en día.
Lo que más llama la atención de este evangelio no son los consejos que daba para que convirtieran su vida a Dios, sino la claridad que tenía el Bautista de que debía señalar al Mesías; todos estaban pendientes de si sería él mismo el ungido; sin embargo sabía cual era su misión: allanar el camino del Señor, señalarlo entre los hombres. Pudo haberse hecho con honor y gloria, sin embargo debía hacerse pequeño para que brillara con luz propia el que había de venir.
Su bautismo, el del Mesías, serían con Espíritu Santo y fuego; no un bautismo de conversión, sino un bautismo de vida que marcaría el corazón de los creyentes con la llama del Amor de Dios. Juan así lo cree y así se lo anuncia a los que le seguían e incluso pensaban que sería él el anunciado.
Juan es hombre de paso, es bisagra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la Ley de Moisés y la nueva ley del amor. Su misión era preparar a los hombres, hacerlos despertar del sueño, animarlos a que reconocieran la venida de Cristo. ¡Qué dignidad tan hermosa y con qué humildad y sencillez lo supo llevar Juan!
Al igual que el Bautista nosotros deberíamos prepara el camino al Señor, saber anunciar con alegría lo que creemos y no avergonzarnos de ser cristianos. Está por venir quien nos dio la vida, ¿cómo vamos a recibirle? Preparad el camino al Señor.
domingo, 9 de diciembre de 2012
"Todos verán la salvación de Dios."
Lectura del santo Evangelio según San Lucas. (Lc 3,1-6.)
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios».
Palabra del Señor.
II Domingo Adviento. Ciclo C. Lc 3,1-6
La figura del Bautista es fundamental en el ciclo del Adviento, porque nos anima y nos hace despertar del letargo: Preparad el camino del Señor; su invitación resuena especialmente en este tiempo de esperanza; una espera activa marcada necesariamente por la vigilancia.
Es curioso que el evangelista Lucas quiera remarcar los datos históricos en los que se sitúa la predicación de Juan. Quizá porque era importante, para generaciones futuras, saber que en un momento concreto de la historia sucedió todo lo que se narra en el Evangelio: que fue cierto y que el Hijo del hombre puso su tienda entre nosotros, aquí en la tierra.
Marchó Juan Bautista al desierto; un lugar teológico y de teofanía por excelencia: en muchas ocasiones se había manifestado Dios a su pueblo en ese lugar de soledad y de aridez. Ahora tocaba que el profeta Juan escuchara la voz de Dios y fuera enviado a predicar un bautismo de conversión.
Nos invita el Bautista, en este domingo del tiempo de esperanza, a cambiar de vida, a convertirnos para ver la salvación de Dios. Y es que urge la necesidad de volver nuestra mirada y nuestro corazón al Dios que nos ha creado para darnos cuenta de que somos barro, arcilla que Él un día modeló y que nosotros hemos ido deformando con el paso de los años y de nuestras infidelidades.
El adviento debe ayudarnos a preparar el camino, a allanar las sendas y rebajar las colinas de nuestra vida interior. Limar las asperezas que han surgido entre nosotros, buscar la senda de la paz y la justicia, levantar lo que está torcido en nuestras intenciones. Sólo así podrá habitar entre nosotros el Dios de la paz que una vez puso su tienda entre nosotros.
Juan es la voz que grita en el desierto: no susurra o sugiere, sino que grita: es necesaria la conversión; es preciso que cambiemos de vida, que hagamos de nuestro corazón de piedra un corazón más humano que sufra con las necesidades del mundo, que se alegre con sus logros y que se desgaste de amor a los demás.
Grita tú también, al igual que Juan, que está por venir el Mesías, que debemos allanar los caminos al Salvador; grita con fuerza en el desierto, a veces, puesto que parecerá que nadie escucha y grita también cuando todos estén pendientes de lo que dices. Grita y haz de profeta tú que has conocido el Evangelio que es Cristo y a través de ti todos podrán ver también la salvación de Dios.
domingo, 2 de diciembre de 2012
EVANGELIO
"Se acerca vuestra liberación."
Lectura del santo Evangelio según San Lucas. (Lc 21,25-28.34-36.)
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.
Palabra del Señor.
Vivimos dentro de un espacio y un tiempo determinante; hasta tal punto que la vida del hombre si rige por estas dos categorías; pues también en Iglesia vivimos nuestra fe marcados por espacios y por tiempos determinados; hoy comienza el año litúrgico con el Adviento. Este tiempo, como bien sabemos, está marcado por una característica peculiar: la espera.
Las palabras que Jesús dirige en este evangelio a sus discípulos así nos lo quedan patente: verán venir al Hijo del hombre… Habla de un tiempo futuro, de algo que está por suceder, de la segunda venida de Cristo a la tierra con honor y majestad. Y en ese gran día llegará nuestra liberación. Por segunda vez el Rey aparecerá en la tierra; todo está a la expectativa; signos en el cielo, en las estrellas y en la tierra. Todo apuntando a un acontecimiento que marcará el comienzo de una nueva era: la vida eterna junto a Dios.
Sin embargo, a pesar de que vivimos marcados por el espacio y el tiempo, olvidamos con facilidad que aquí estamos de paso; que la vida del hombre es breve, como dice Job; que nuestro paso aquí en la tierra está marcado por la caducidad, por la finitud. Y al olvidarnos de todo esto, nos ocupamos de cosas pasajeras: acumular bienes perecederos que no reportan la felicidad, ocupar los primeros puestos a cosa de lo que sea, crear rencillas y divisiones interesadas…
Estad despiertos, aún está por llegar ese gran día de liberación, y nadie sabe el momento. Esta invitación que hace Jesús a sus discípulos y que se hace extensible a todos los que escuchan sus palabras, no deben crear en nuestro corazón miedo o inquietud, sino esperanza. De nuevo volverá el Señor con honor y majestad y comenzarán los cielos nuevos y la tierra nueva. Esperanza.
El adviento es esa parte del ciclo litúrgico que llama a nuestro corazón como el despertador de cada mañana. Tenemos que despertar del sueño, del letargo en el que vivimos, de la apatía que se ha metido hasta los huesos. Despertar del sueño es una necesaria actitud unida estrechamente a la vigilancia. Abrir nuestros ojos y mirar el mundo con esperanza mientras trabajamos instaurando el Reino que Cristo ya sembró en nuestros corazones.
Algo nuevo está por venir; algo nuevo está brotando; no podemos dejar que pase o que se seque por nuestra falta de trabajo. Estad atentos, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
domingo, 25 de noviembre de 2012
EVANGELIO
"Tú lo dices: Soy Rey."
Lectura del santo Evangelio según San Juan. (Jn 18,33-37.)
En aquel tiempo preguntó Pilato a Jesús: -¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilato replicó: -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos. sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Jesús le contestó: -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo: -Conque ¿tú eres rey?
Jesús le contestó: -Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
Palabra del Señor.
Cristo Rey. Jn 18,33-37
En este último domingo del tiempo ordinario celebramos la Solemnidad de Cristo Rey del Universo; una fiesta cargada de simbología no al modo humano, sino al típico de Dios. Nunca dejará de sorprendernos el modo de actuar de Cristo, sus palabras y su entrega generosa y fiel hasta las últimas consecuencias.
Frente a Pilato, aquél que podía salvarlo del patíbulo de la cruz, Jesús es interrogado; poco le faltaba ya para dar el último paso hacia el sufrimiento y la muerte; había sido acusado por sacerdotes y fariseos, condenado de antemano por proclamar el Reino de Dios. Y ahora, era necesario el juicio civil y la condenación por parte del poder romano.
Él no era rey como lo entendían los representantes del sanedrín, puesto que no aspiraba a ningún poder político en Israel; al contrario, su reino se extendía más allá de Palestina. Todos los que son de la Verdad escucharán su voz y formarán parte de su Reino. No supieron aquellos letrados y entendidos descubrir la profundidad del mensaje y la realeza de Cristo.
Y sin embargo, pudiendo salvarse de la cruz, delante de Pilato, reafirma: Yo soy Rey, para eso he venido a este mundo, para ser testigo de la Verdad. Jesús sirve a la Verdad, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz, como recuerda San Pablo años más tarde.
El lugar del ejercicio de su realeza, de su trono, será la cruz del Gólgota; su muerte representaría, para los que le habían condenado, que todo lo que había dicho y enseñado era falso, que no había sido testigo de la Verdad que tanto se gloriaba de profesar aquél Mesías. Y sin embargo, para nosotros cristianos, aquella muerte y sacrificio en cruz se ha convertido en salvación universal.
En Iglesia hoy celebramos con gozo que Cristo es Rey del universo, que vino a servir la Verdad, que entregó su vida generosamente por todos y que esta muerte ha dado la vida al mundo. Todo el que escucha su voz y cree en su palabra, acogiéndose a su salvación vivirá eternamente con Él. Cristo es Rey y para eso vino al mundo, para reinar, para sembrar la semilla de la paz, la justicia y el amor, para instaurar un nuevo tiempo de salvación.
Escuchar esta Verdad, acogerla en nuestro interior y vivir de acuerdo a sus exigencias es ser discípulo del Rey; nada más lejos de los reinos de este mundo que buscan los primeros puestos. Una vez más la Palabra nos sorprende y nos deja una hermosa lección y un camino a seguir. Que el año litúrgico que hemos concluído con esta Solemnidad nos haya acercad aún más a Cristo.
"Tú lo dices: Soy Rey."
Lectura del santo Evangelio según San Juan. (Jn 18,33-37.)
En aquel tiempo preguntó Pilato a Jesús: -¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilato replicó: -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos. sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Jesús le contestó: -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo: -Conque ¿tú eres rey?
Jesús le contestó: -Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
Palabra del Señor.
Cristo Rey, su corona los pobres |
En este último domingo del tiempo ordinario celebramos la Solemnidad de Cristo Rey del Universo; una fiesta cargada de simbología no al modo humano, sino al típico de Dios. Nunca dejará de sorprendernos el modo de actuar de Cristo, sus palabras y su entrega generosa y fiel hasta las últimas consecuencias.
Frente a Pilato, aquél que podía salvarlo del patíbulo de la cruz, Jesús es interrogado; poco le faltaba ya para dar el último paso hacia el sufrimiento y la muerte; había sido acusado por sacerdotes y fariseos, condenado de antemano por proclamar el Reino de Dios. Y ahora, era necesario el juicio civil y la condenación por parte del poder romano.
Él no era rey como lo entendían los representantes del sanedrín, puesto que no aspiraba a ningún poder político en Israel; al contrario, su reino se extendía más allá de Palestina. Todos los que son de la Verdad escucharán su voz y formarán parte de su Reino. No supieron aquellos letrados y entendidos descubrir la profundidad del mensaje y la realeza de Cristo.
Y sin embargo, pudiendo salvarse de la cruz, delante de Pilato, reafirma: Yo soy Rey, para eso he venido a este mundo, para ser testigo de la Verdad. Jesús sirve a la Verdad, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz, como recuerda San Pablo años más tarde.
El lugar del ejercicio de su realeza, de su trono, será la cruz del Gólgota; su muerte representaría, para los que le habían condenado, que todo lo que había dicho y enseñado era falso, que no había sido testigo de la Verdad que tanto se gloriaba de profesar aquél Mesías. Y sin embargo, para nosotros cristianos, aquella muerte y sacrificio en cruz se ha convertido en salvación universal.
En Iglesia hoy celebramos con gozo que Cristo es Rey del universo, que vino a servir la Verdad, que entregó su vida generosamente por todos y que esta muerte ha dado la vida al mundo. Todo el que escucha su voz y cree en su palabra, acogiéndose a su salvación vivirá eternamente con Él. Cristo es Rey y para eso vino al mundo, para reinar, para sembrar la semilla de la paz, la justicia y el amor, para instaurar un nuevo tiempo de salvación.
Escuchar esta Verdad, acogerla en nuestro interior y vivir de acuerdo a sus exigencias es ser discípulo del Rey; nada más lejos de los reinos de este mundo que buscan los primeros puestos. Una vez más la Palabra nos sorprende y nos deja una hermosa lección y un camino a seguir. Que el año litúrgico que hemos concluído con esta Solemnidad nos haya acercad aún más a Cristo.
domingo, 18 de noviembre de 2012
EVANGELIO
"Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos."
Lectura del santo Evangelio según San Marcos. (Mc 13,24 32.)
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.
Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.
Palabra del Señor
Palabra del Señor
Conectados a tu palabra
|
Domingo XXXIII. Tiempo Ordinario. Ciclo B Mc 13,24-32
En muy pocas ocasiones nuestro pensamiento se dirige a lo que sucederá en el último día; tal vez porque vivimos en una cultura del presente, en la que sólo importa el hoy y el mañana queda relegado a un segundo plano muy futurible. Pues bien, quería Jesús en esta ocasión dedicar el discurso a sus discípulos del momento final.
El día en que el Hijo del hombre venga de nuevo a nosotros lo hará con poder y gloria; todo se le someterá y ante Él pondremos nuestras vidas; el amor será la medida; frente a Él quedaremos desnudos de todo lo que hemos querido aparentar; sólo la Verdad nos hará libres y nos abrirá el camino a esa vida eterna que se nos ha prometido desde la creación del mundo.
En pocas palabras nos habla Jesús del día que está por venir; no para inculcar en nuestros corazones miedo, sino esperanza, puesto que un corazón abierto al futuro es capaz de amar con una generosidad eterna. Esta esperanza no es fruto de nuestro esfuerzo únicamente, sino también de la Gracia del Espíritu, que enciende en nosotros la capacidad de creer en la vida eterna.
Vivimos en el tiempo del ya y del ahora; olvidamos que el mañana nos aguarda con ansia y que aún no se ha manifestado lo que seremos hasta el día en que nos encontremos cara a cara con Dios, nuestro Señor y Creador. La esperanza debe mover nuestros corazones hacia ese día, mirando el futuro con optimismo, moviendo nuestros brazos en el riego del Reino de Dios que Cristo sembró y amando a los demás con la exigencia del Evangelio.
Junto a esta virtud teologal que es la esperanza, se deriva necesariamente la vigilancia, como una actitud de alerta; entender y comprender los signos de los tiempos, lo que sucede a nuestro alrededor, lo que brota de la Palabra de Dios, es abrir nuestra mirada a lo que está por venir. Los profetas no sólo denunciaban las injusticias, sino que sabían lo que se le venía al pueblo si seguían por ese camino apartado de Dios. Su vigilancia, su mirada atenta y su corazón puesto en las manos de Dios, hizo de aquellos profetas del antiguo testamento bandera insigne de lo que ha de venir.
Vivamos con esperanza nuestra fe, caminemos vigilantes por la senda que nos ha marcado Cristo y pongamos nuestro corazón en ese encuentro definitivo, que colmará todas nuestras ansias, con el Dios que nos ha dado la vida.
domingo, 11 de noviembre de 2012
EVANGELIO
"Esa pobre viuda ha echado más que nadie."
Lectura del santo Evangelio según San Marcos. (Mc 12,38-44.)
En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía: -¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa.]
Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero; muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: -Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.
Palabra del Señor.
¿Donde ponemos el acento? |
Domingo XXXII Tiempo Ordinario. Ciclo B. Mc 12,38-44
¡Estoy convencido de que si Jesús se paseara hoy día por nuestras iglesias repetiría alguna de las frases de este relato evangélico! Aún nos gusta que la gente nos reconozca lo bien que lo hacemos o lo mucho que nos golpeamos el pecho, o lo generosos que somos a la hora de dar algún donativo a los más pobres.
El Reino que Jesús vino a predicar, ya se lo había quedado claro a sus discípulos camino de Cesarea, -y ahora vuelve a repetirlo- es un camino de renuncia, de cargar con la cruz y de ponerse al servicio de los más necesitados. Ya sabemos que los grandes oprimen a los pequeños y que se imponen muchas cargas; no seamos así entre nosotros. El que quiera ser el primero que sea el servidor de todos.
La escena de hoy resulta cuanto menos curiosa; paseando por el templo se dedica el grupo de los discípulos y Jesús a observar a los que allí estaban; y seguramente habría de todo: ricos, fariseos, cambistas, gente sencilla… Personas que iban allí con la intención de realizar su ofrenda al Dios en el que creían. Entre ellos muchos que alardeaban de cumplir literalmente la Ley.
Las enseñanzas de Jesús, distan mucho de pavonearse delante de los demás; es cierto que en los tiempos que corren aquél que se reconoce públicamente como cristiano tiene mérito, porque al parecer la religión está al margen de la vida pública. Una cosa es vivir nuestra fe íntegramente, en toda nuestra vida y en todos sus aspectos, incluída la esfera pública, y otra muy distinta querer aparentar y sobresalir.
Una buena lección de humildad la dio aquella pobre viuda que entregó lo que tenía para sobrevivir en el templo. Sin llamar la atención, sin tocar la campana, sin poner ninguna inscripción ni placa conmemorativa; aquella mujer pasó desapercibida a los ojos de la mayoría de la gente que se hacía pasar por justos en el templo. Sin embargo Jesús se fijó en ella, en su humildad y su generosidad, y fue modelo y ejemplo para los discípulos.
Hoy día más que maestros necesitamos testigos, ya lo decía Juan Pablo II; y es que no cabe duda que una vida entregada desde la más completa humildad llama la atención y hace preguntarse qué o quién mueve a una persona así a vivir de tal modo. Acerquemos el evangelio de Cristo y la felicidad que comporta vivir según sus palabras a los que nos rodean.
jueves, 1 de noviembre de 2012
domingo, 21 de octubre de 2012
domingo, 29 de julio de 2012
"Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron."
Lectura del santo Evangelio según San Juan. (Jn 6,1-15.)
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe: -¿Con qué compraremos panes para que coman éstos? (lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer).
Felipe le contestó: -Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: -Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero ¿qué es eso para tantos?
Jesús dijo: -Decid a la gente que se siente en el suelo.
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo, todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: -Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: -Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Palabra del Señor.
De nuevo la gente sigue los pasos de Jesús, porque habían visto los signos que había realizado y porque encontraban en sus palabras un aliento de esperanza que llenaba sus corazones vacíos. Rodeado de los suyos, de los que Él mismo había escogido anteriormente para que estuvieran con Él, Cristo se dirige a Felipe haciéndole una pregunta singular: ¿de dónde va a comer tanta gente? Parece como si quisiera ponerle a prueba, pues bien sabía Él lo que iba a hacer después.
Y es que la palabra que pronuncia Jesús en esta ocasión también va a acompañada por el alimento. No sólo quería que su gente escuchara su mensaje, sino que tuvieran fuerza necesaria para continuar en el camino. Y esa fuerza sólo podría tenerse con el alimento, tanto espiritual como corporal.
Como preludio de la última cena, pronuncia la bendición sobre aquellos panes y peces que el muchacho quiso compartir con toda la multitud; un milagro que asombraría más tarde a los que allí estaban y que fue iluminado a la luz de la resurrección.
Unos pocos panes y un par de peces repartidos entre los cinco mil hombres, hicieron recobrar fuerzas tras la predicación a los que le habían escuchado atentamente y le habían seguido por multitud de lugares con el corazón esperanzado en el Mesías que estaban descubriendo.
Lo llamativo del texto no es solamente el milagro de la multiplicación, o las sobras que recogieron, esos doce cestos, número tan conocido bíblicamente. Lo curioso de todo es que Jesús se retira al final, porque querían proclamarlo rey. Pero el reino que había venido a instaurar se alejaba de las expectativas de aquella gente.
Milagros, curaciones, dichos y gestos que habían captado el corazón de muchas personas; todo ello ayudaría a proclamar un rey judío de entre los judíos; pero Jesús no quería ser rey al modo humano; no buscaba corona, ni territorios sobre los que gobernar; su reino se basaba en la libertad y la justicia, en la victoria sobre la muerte, derrotada en el madero de la cruz.
Había venido a proclamar un reino, pero no quería ser rey como los hombres; llamativo y contradictorio al mismo tiempo; pero así es Cristo. Se retira a la montaña sólo, abandonando la fama que le había procurado esa última multiplicación. A rezar, a pedirle a su Padre que se cumpla su voluntad y no la suya propia.
domingo, 22 de julio de 2012
EVANGELIO
"Andaban como ovejas sin pastor."
Lectura del santo Evangelio según San Marcos. (Mc 6,30-34.)
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: -Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces, de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Palabra del Señor.
Domingo XVI Tiempo Ordinario. Ciclo B
Aquellos que el mismo Jesús había enviado de dos en dos, los mensajeros del evangelio de la vida, regresaban junto al Maestro para contarle lo que habían enseñado. Es necesario releer las líneas anteriores a este evangelio del domingo para entender que la misión que les fue conferida por manos de Jesús consistía en anunciar la conversión, el cambio de vida.
Ahora se sentaban junto al que les había encomendado la misión de predicar el Reino de Dios y seguramente emocionados por las experiencias vividas, detallan al Maestro cada una de las experiencias vividas. Sin embargo, lo único que quiere Jesús en estos momentos para ellos es estar en un sitio tranquilo junto a Él.
Sin nada para el camino, así habían realizado su misión aquellos doce escogidos; ahora disfrutaban de nuevo de las enseñanzas del que es para siempre su Señor; y es que el modo de hablar de Jesús era muy distinto al resto de los rabinos de su época, porque hablaba con autoridad; hasta tal punto que gente de todos los alrededores acudían a Él para escucharle.
Sólo la Palabra que procede de Jesús puede salvar y dar vida; así lo experimentan los doce apóstoles cada vez que se quedan con Él a solas; así lo viven también la multitud de personas que le siguen vaya donde vaya; Cristo, el Ungido por Dios, anuncia el Reino de la paz y de la justicia; unas palabras que llenaban de esperanza el corazón de los creyentes.
A nosotros también nos toca sentarnos en la tranquilidad de nuestra propia vida para descansar en Cristo, para disfrutar de su mensaje, para rumiarlo en profundidad y para captar el verdadero sentido de sus palabras; Jesús no podía hacer otra cosa, para eso había venido, para anunciar el año de gracia del Señor.
Sentirnos profundamente enamorados de Cristo para poder sentir su envío y su mandato de anunciar lo que hemos experimentado en nuestra propia vida; así nos sentiremos discípulos suyos, y así seremos ante el mundo los testigos que el Evangelio de la vida necesita para hacerse carne de nuevo en el mundo.
domingo, 15 de julio de 2012
"Los fue enviando."
Lectura del santo Evangelio según San Marcos. (Mc 6,7-13.)
En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa. Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Sólo llevad un bastón |
Palabra del Señor.
(Mc 6,7-13.) La palabra apóstol significa enviado, mensajero; y mejor que estas líneas evangélicas para darnos cuenta de que aquellos doce fueron los enviados por el mismo Jesús, con su autoridad y su mandato, a predicar el Reino de Dios. Al modo de las doce tribus de Israel que fueron las receptoras del mensaje de Yahve y que guardaron en medio de su pueblo el Arca de la alianza, aquellos doce hombres eran ahora enviados de dos en dos para predicar.
Sin embargo resulta curioso detenerse en algunos detalles que no se nos pueden pasar por alto; en primer lugar el apóstol es un enviado; esto significa que ha sido llamado por alguien, en este caso Jesús, para una misión concreta; no anuncia nada que no haya escuchado y de lo que no esté convencido, puesto que entonces su mensaje no sería creíble.
Por otra parte Cristo les da su autoridad; no predicaban por sí mismos, ni a sí mismos, sino lo que habían visto; con la autoridad propia del Maestro irían de dos en dos, no solos, sino acompañados en la fe, y con el respaldo de la fuerza que sólo Jesús podía ofrecerles. Para la misión que les había encomendado, Jesús quería darles unas pequeñas notas: ni pan, ni alforja, ni dinero. Nada les iba a hacer falta para anunciar la justicia, la paz y el amor.
Iban a continuar y a extender el mensaje que el Hijo de Dios había venido a anunciar; que el Reino de Dios ya estaba entre nosotros y que había que llevarlo a plenitud también con nuestra pequeña aportación; en algunos lugares serían bien recibidos, en otros no.
También actuaban con signos en medio del pueblo, expulsando demonios y curando enfermos con aceite; signos que avalaban aún más lo que iban anunciando a los demás. Y es que la Palabra, muchas veces necesita ser refrendada con gestos visibles que hagan más creíble el contenido.
También hoy, como entonces, envía Jesús, con la fuerza del Espíritu, a muchos testigos y apóstoles para que anuncien y proclamen su Reino. Los tiempos han cambiado, quizá los medios y modos de predicar; pero lo que sigue vivo y operante es su Palabra, su mensaje y, sobre todo, la autoridad con la que Él mismo envía a sus discípulos en medio del mundo.
También hoy, como entonces, el mundo necesita no sólo palabras, sino gestos y acciones significativas que sean coherentes con el Reino de Dios que se está predicando; el mundo necesita testigos fieles de Jesús, y personas enamoradas completamente de Él, que se sientan llamados y enviados a continuar su labor con fidelidad y alegría.
domingo, 8 de julio de 2012
"No desprecian a un profeta más que en su tierra."
Lectura del santo Evangelio según San Marcos. (Mc 6,1-6.)
En aquel tiempo fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: -¿De dónde saca todo eso? ¿Que sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él. Jesús les decía: -No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
(Mc 6,1-6.) El modo de enseñar de Jesús y su forma de actuar estaban causando un gran interés y sorpresa en medio de sus paisanos. Hoy se dirigió a una sinagoga para predicar, para enseñar el Reino de Dios pues para eso había venido, para proclamar el año de gracia del Señor.
En aquel tiempo la autoridad estaba relacionada, en gran medida, con el prestigio que aquella persona merecía y la valía que representaba ante los demás; por eso asombraba, ante todo, que la autoridad no le viniera por la rama familiar; conocían a María, a José, a Santiago, José y Judas y Simón. Ellos no venían de una casta sacerdotal que revertiera en la persona de Jesús.
¿De dónde venían entonces aquellos milagros y aquel modo de hablar? ¿De dónde sacaba todo? De su familia no, era evidente. Si su autoridad no era familiar, alguien debería apoyar lo que afirmaba; poco a poco se va descubriendo la figura del Hijo de Dios. Jesús no sólo es el Cristo, un Ungido en medio del pueblo que destacaba por su modo de presentar a Dios.
Era el Hijo de Dios, hablaba con el poder que le venía del mismo Dios, y Él garantizaba lo que afirmaba del Reino de los cielos. La fuente de su autoridad residía en el Padre, que lo había enviado como mensajero último, después de todos los profetas. A su propio Hijo envió para que el mundo creyera. Y sin embargo no hacían caso a su mensaje.
Jesús se sintió despreciado en su propia tierra, en cumplimiento del famoso dicho; sólo pudo curar algunos enfermos y se extrañaba de su falta de fe; parece como si los mismos paisanos que lo habían visto crecer desconfiaran de Él; y no sólo lo parece, sino que en este relato se ve con claridad. Todo porque no descubren que la autoridad le proviene del mismo Dios.
La palabra de Jesús era muy distinta a la de tantos otros doctores y rabinos que había en aquella época, o demagogos que encontramos en la nuestra; su Palabra libera, no tiene ningún tipo de atadura, sino que se fundamenta sólo en el amor de Dios. Su Palabra da vida, puesto que en ella encontramos el camino de la eterna salvación. Su Palabra compromete, puesto que el que se encuentra personalmente con ella necesariamente cambia sus esquemas de vida para seguir el mandamiento del amor.
En definitiva la Palabra de Jesús es la única que llena el corazón del creyente; encontrarnos con ella diariamente, rumiar su trasfondo y saciarnos de ella hace que Dios esté más dentro de nosotros mismos.
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