lunes, 9 de febrero de 2009

Manuscritos Iluminados

El gran desarrollo de los manuscritos iluminados fue impulsado por la invención del “libro”, es decir cuando se cambiaron los rollos de papiro por códices elaborados a partir de la unión de sus hojas. La iluminación de libros fue una de las formas artísticas más importantes hasta el siglo XVI. En los principios de la Edad Media la mayoría de los pintores de miniaturas eran monjes —ocasionalmente monjas o miembros del clero secular— que trabajaban en los scriptoria de los monasterios al lado de escribas o scriptores, que también eran monjes.



La mayoría de los artistas profesionales de la Edad Media tardía trabajaban sólo en la iluminación de libros, pero otros estaban involucrados tanto en trabajos de miniaturas como en pinturas de gran escala, como frescos y altares. Los iluminadores pertenecían a los gremios de pintores o de aquellos que se dedicaban al comercio de libros. Algunos escribas comenzaron a firmar sus textos en el siglo VI; sin embargo, no sobrevive ninguna firma de iluminadores antes de los siglos VIII y IX. En algunos casos, el escriba y el iluminador podían ser la misma persona.


Generalmente, varios iluminadores compartían la decoración de un libro. Las diferentes fases de trabajo de una misma miniatura eran llevados a cabo por varios miembros de un mismo taller: el maestro era responsable de la parte más complicada y determinante del trabajo, como la composición; a los aprendices se les confiaba el trabajo más mecánico, que consumía mayor tiempo y que requería menos experiencia, como la preparación de los colores o el refuerzo en tinta del dibujo preeliminar. Algunas veces las hojas separadas de un códice que aún no era unido se daban a diferentes pintores para decorar. Ellos tenían que armonizar todo el trabajo.


Así la especialización del trabajo en la elaboración de un libro creó distintas disciplinas. Estaban quienes unían las páginas de los códices, quienes mezclaban los colores, quienes se encargaban de la composición y el diseño y dibujo de las figuras, quienes pintaban con colores las figuras, quienes hacían la filigrana y el ornamento decorativos, quienes les daban su acabado lustroso a las miniaturas, etcétera. Durante el proceso de escribir, el escriba dejaba espacios en blanco para las ilustraciones y en los márgenes del libro describía en una nota qué escenas debían pintarse; es decir dejaba instrucciones para el iluminador, incluso le decía qué colores debían emplearse en la miniatura.


En los manuscritos se pintaban diversos motivos, como figuras de animales, monstruos, caracteres humanos. Las letras iniciales de los textos frecuentemente se decoraban, generalmente con una escena relacionada con el texto. Las decoraciones más ambiciosas cubrían un cuarto, la mitad o hasta una página completa. Los iluminadores copiaban otras miniaturas o se apoyaban en manuales sobre decoración de libros.

Al principio de la decoración de un códice, el libro se encontraba en hojas separadas. Una vez que la escritura del manuscrito había sido completada, el proceso de pintura empezaba con la aplicación de los colores básicos y el delineado del dibujo.


Después se aplicaban las sombras y los tonos más oscuros, luego los blancos que creaban efectos lumínicos. Los co
lores eran pigmentos vegetales o minerales molidos, que se integraban con clara o yema de huevo (como en la técnica de tempera), azúcar o cera de oído. Estrictamente hablando, un manuscrito iluminado es el que contiene finas hojas de oro o plata en su diseño. Estos eran los manuscritos más preciados; sin embargo, había monjes que renunciaban a estos lujos porque se consideraban inapropiados respecto de la vida austera que debían llevar. En el caso de los libros que se vendían, muchas veces el copista dejaba en blanco el lugar de las letras floridas (capitulares) y de las miniaturas para que un comprador modesto pudiera comprar el manuscrito tal como estaba; en tanto un cliente más rico podía hacer pintar los espacios reservados.